También el tiempo se detiene entre las ruinas y el olvido, mostrándonos crudamente el paso de los años. Esos años que sepultan bajo una capa de escombros el polvo y las ilusiones mientras la vegetación recupera de nuevo todo aquello que fue suyo. Paredes y techos se desmoronan mientras las zarzas crecen en el interior de estancias protegidas del aire y el frío por los muros que aún quedan en pie.
En un tiempo todo esto formaba parte del sanatorio antituberculoso construido por presos después de la guerra. Posteriormente el sanatorio fue transformado en colonia de vacaciones, manteniendo el nombre de “General Varela”, donde venían chavales de todos los puntos de nuestra geografía. Ahora, apenas queda algo más que las ruinas, escombros y maleza, después de haber sido expoliado todo aquello con algún valor material: maderas y puertas, cables y chatarra, sanitarios, incluso los marcos de las ventanas y las butacas del cine, los ladrillos o azulejos…
Se mantiene intacto, por el momento, el valor sentimental, así como el esqueleto de la piscina. Se adivinan estructuras que en los momentos de esplendor corresponderían a espléndidos salones de baile, con sus columnas y ventanales, o incluso el cinematógrafo, con sus taquillas, del que no permanece más que el esbozo del antiguo patio de butacas.
Es verdad que siempre me llamaron la atención las ruinas. En este caso, a pesar de no haber conocido “la Colonia” en sus mejores momentos, la emoción y la tristeza embargan los sentimientos.
977 - Los caracoles de Fibonacci
Hace 10 meses
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