viernes, 23 de febrero de 2018

Piedra sobre piedra


Camino despacio hacia las colinas del Negredo. Frente a la encina grande donde se recoge el mochuelo, y no muy lejos de una sabina inmensa situada en medio del campo, se esconde uno de los innumerables chozos de pastores que se distribuyen por toda la comarca. Ancestrales señales de una vida pasada, el chozo encendido por los rayos del sol constituye un canto a la vida y a nuestra propia historia, patrimonio de un tiempo pasado que no podemos ni debemos olvidar. Cañadas, cordeles y veredas de la trashumancia; majadas y apriscos para el ganado; chozos y refugios de piedra donde antaño se cobijaban los pastores por resguardarse del relente de las gélidas noches del páramo castellano. Rememoro los distintos tipos y diferentes categorías de pastores, desde los mayorales a los zagales pasando por rabadanes, compañeros y ayudadores. Piedra sobre piedra, encinas solitarias, viñedos viejos cuyas cepas se agarran con fuerza al suelo de arcilla y de cascajo. Algunos nogales crecen en medio de una tierra reseca y fría castigada por heladas y vendavales. Hoy apenas quedan pastores, su tiempo ya pasó, los chozos hace años que no se utilizan, quedaron sus restos como testimonio de un trabajo duro que se ha ido abandonando de manera casi definitiva hasta su práctica desaparición. Encontrar en estos tiempos un rebaño con su perro y su pastor paseando por el campo es casi un regalo del destino. La existencia de los chozos ha perdido todo su sentido. Corrales del aire les dicen algunos, una arquitectura popular única, carente de comodidades y con un sentido utilitario de lo más práctico y funcional. En unos años más, si consiguen mantenerse en pie, podremos considerarlos verdaderas reliquias antropológicas, testimonio de la vida rural castellana que venía desarrollándose en esta tierra desde tiempos inmemoriales.

viernes, 16 de febrero de 2018

Sale el sol en Vailima


A mediodía aparece el sol y las cosas se ven de otra manera. Salgo un rato a pasear por el jardín, me entretengo limpiando los alcorques de los rosales y retirando los caracoles y las hojas secas que encuentro a mi paso. El endrino se ha recuperado a pesar de mis dudas iniciales. Abro la caseta por que se oree un poco, dentro hace incluso más frío que en la calle. La semana pasada estuvo Pacopús podando los frutales y los rosales de casa así que aprovecho por retirar todos los restos que dejé abandonados en el jardín por la amenaza de la lluvia. Los árboles quedaron muy bien, sobre todo los guindos y los membrilleros, que ya van cogiendo forma. A ver si este año empiezan a dar una buena cosecha, que es de lo que se trata. No sé si tendré que cambiar el ferragnes por uno de los almendros mollares que me ofrece Paco, el mío no tiene muy buena pinta pero en cualquier caso habrá que esperar a la próxima primavera. Se acerca un rato Avelino por podar las parras que han crecido mucho el año pasado. Ya tienen casi cinco años y el tronco principal alcanza los dos metros de altura. Avelino va despejando el tronco viejo dejando un par de yemas en los sarmientos con mejor aspecto. Me explica que los racimos salen de la madera de segundo año, de ahí la importancia de respetar las yemas adecuadas. Se conoce que tienen mucha fuerza y hay que ir guiando los brotes para ordenar su crecimiento. Revisamos la esquina que coloniza la lechuza y cuando acabamos la faena nos acercamos al bar a tomar un verdejo fresquito. Vuelvo a casa, hace bueno, la leña se ha ido consumiendo a lo largo de la tarde y tengo que avivar el fuego con un par de buenos troncos de encina. Enseguida la lumbre va tomando consistencia. Por la mañana la llama es más viva, por la tarde se vuelve más lenta y perezosa; los troncos se consumen despacio, con una cierta melancolía llena de encanto. Dejo pasar el tiempo frente a la chimenea, relajado, con mi libro y mi música, sin nada mejor que hacer.

jueves, 8 de febrero de 2018

En febrero busca la sombra el perro


En febrero busca la sombra el perro, a finales, que no a primeros. Febrero es un mes muy variable, días fríos y lluviosos alternan con jornadas soleadas y alegres. La nieve de enero no es como la de febrero, que se escapa entre las patas del perro. Los días van creciendo, se nota cómo amanece más temprano y cómo las tardes se alargan poco a poco. El sol se acuesta cada día un poquito más tarde, oculto entre nubes de colores que tiñen el cielo con los tonos más diversos que podamos imaginar. En los días soleados de febrero se podan los olivos y florecen los almendros en el levante y en el sur. Las hojas de los almendros, siempre después de las flores, son primeras que salen y las últimas que se caen. En Villa Odoth aún hace frío, estamos en pleno invierno y habrá que esperar un poco a que el tiempo asiente. Siete capas y un sombrero dice el refrán, según mi amigo Pacopús el buen tiempo no llega aquí hasta la festividad de San Isidro Labrador. En este clima mesetario y continental los almendros no florecen hasta finales de marzo; quizá sea el momento de tratar con cobre los olivos para evitar hongos y enfermedades. El frío y la humedad no van nada bien a este arbolito amante de la luz y el calor. Aún recuerdo la helada tardía que el año pasado se llevó por delante frutales y nogales a las puertas del mes de mayo. Las heladas tardías son muy dañinas pues ya han salido los brotes y los frutos que se adivinan en las ramas se caen irremediablemente por el efecto del frío. Lo único que resiste de manera implacable son las encinas. Amanece el día con una niebla tan densa que se podría cortar con un cuchillo. A lo lejos se escucha el silbido del tren y el aullido de los perros del vecino que, con su particular instinto lobuno, me ponen los pelos de punta. Clarea por encima de las colinas del Negredo. Las encinas dominan el majuelo mirando por encima del hombro, y sin ningún tipo de pudor, a las viñas desnudas. El jardín en Vailima aparece completamente blanco tras la helada nocturna. Entre los árboles sin hojas no se mueve ni el aire. Enciendo la chimenea, huele a humo, suena el monótono tic-tac del reloj y el chisporroteo del fuego. El péndulo choca con el marco de madera complementando el armónico sonido de la maquinaria. Aún quedan algunas ascuas que ante el primer soplido se ruborizan enseguida. A primera hora de la mañana la chimenea tira muy bien y apenas hace humo; es el momento de retirar la ceniza y colocar los troncos nuevos. La casa cruje de vez en cuando, deben ser los cambios de temperatura. Preparo un café y me instalo en el sofá con un libro que me hace viajar de nuevo a tierras patagónicas con Chatwin y Theroux. Viajar en zapatillas desde el sofá, sin necesidad de salir de casa, proporciona un enorme placer difícil de igualar. Si ya lo acompañas con el amor de la lumbre y un buen café (o una cerveza fría a media tarde) la magia no para de crecer.