miércoles, 23 de diciembre de 2015

La vida sigue



La vida sigue y yo no pienso seguir aguantando mucho más tiempo la misma historia. Tengo que hacer algo, comentaba ayer noche con Gloria, una mujer muy lista que me entiende enseguida. Me pregunta sobre lo que me gustaría hacer pero en realidad hay tantas cosas a las que me gustaría dedicar el tiempo que aún no tengo un plan determinado. Eso sería lo más importante, organizar la cabeza, planificar y dedicar mis esfuerzos a conseguirlo. Hay que tener cuidado, a veces la vida te sorprende y te regala los sueños que te rondan desde hace tiempo. Quizá el secreto consista en desearlo con las ganas suficientes. Pienso que habría alternativas a la rutina del trabajo diario, cosas diferentes que hacer, aprovechar el tiempo para disfrutar, leer y caminar por el campo. Me gustaría pasear, cuidar un perro pequeño y poner cuatro matas de tomate, abrazar los árboles y trabajar en la huerta sin ningún tipo de contrato ni obligación. Hacer vino. Ver amanecer. Pasear al borde del río buscando a las garzas. Hacer fotos. Tomar un vino con los amigos y por la noche contemplar las estrellas.

Entre la leña y los tratamientos de los árboles, las mañanas se me escapan sin darme cuenta. Pasan las semanas y los meses a toda velocidad. Apenas me cunden los días; ya decía Paco que una vez que te jubilas te quedas sin tiempo para nada. Por eso él hace relojes, por detener el tiempo de alguna manera. Es algo que realmente tiene mucho sentido. "Tempus fugit" me decía siempre Clemente, una letanía grabada desde entonces en lo más profundo de mi ser. El verde invade el espacio, los árboles van teniendo su tamaño. Un oasis en Vailima colonizado por los pájaros y los insectos. Podar, fumigar, regar, recoger hojas secas, cuidar los rosales...

Cada estación tiene su ritmo, nada se puede forzar. Pasó el tiempo de las setas, persisten los caracoles. Las hojas rojas de los guindos aún se mantienen en los árboles mientras el amarillo de los ginkgos tapiza el césped. Imagino las podas de cada arbolito pero espero la llegada del frío antes de empezar pues se trata de una decisión importante. Una casa en el campo da mucho trabajo. Habrá que decidirse y asumir las consecuencias (quien no se arriesga jamás puede triunfar). El objetivo no es otro que disfrutar todo lo posible (no me cansaré de repetir lo poco que necesitamos para ser felices). La vida pasa deprisa, antes de que quieras darte cuenta podrías  lamentarlo. Visto lo visto, no hay que dejar pasar ni una sola oportunidad.

Mi padre, en un momento de lucidez, me regala una barrica de roble de una cántara. Dieciséis litros, lo que cabe en un garrafón. Yo creo que llevaba más de cuarenta años en casa, la recuerdo ocupando una esquina del salón de la música desde que tengo uso de razón. Montulia es el nombre que lleva marcado a fuego en su fondo anterior, una bodega de Córdoba que elaboraba un fino en Montilla. Mi madre me dice que la barrica es un regalo de un coronel de la Guardia Civil que estuvo destinado en Segovia hace muchos años. Por lo visto fue padrino de la primera Martita así que calculo que estamos hablando del año 1973. Más de cuarenta años, ha llovido desde entonces. El Montulia es un vino generoso elaborado con uvas de la variedad Pedro Ximénez, con una crianza de tres años en botas de roble mediante el sistema de criaderas y soleras. Recuerdo que mi padre cuidaba mucho su barril, siempre lo tenía lleno hasta arriba. Cuando menguaba, lo rellenaba con Tío Pepe, Fino Laína y otros vinos de Montilla-Moriles. Quizá yo sea un sentimental pero me parece que es la mejor manera de mantener los recuerdos y de que sigan vivos a lo largo del tiempo. Pequeñas cosas que nos alegran a vida. Aprovecho el vino que contiene la barrica, cerca de media cántara, lo filtro con cuidado con una manga pues ha criado mucho poso, y lo vuelvo poner en la barrica después de lavarla concienzudamente con agua fría. Arreglo la espita bloqueada por el azúcar del vino completamente solidificado, como si hubiera cristalizado. Cuesta trabajo recuperar el mecanismo pero al final lo consigo. Paco piensa que habría que lijar la pieza de madera que cierra la espita para que deslice más suavemente, yo froto las piezas con un poco de aceite de oliva. Completo la barrica con un vino generoso que cuido en Vailima, una mezcla de palo cortado y montilla-moriles, para que la madera se mantenga en condiciones en contacto con el vino. Es un vino fuerte y denso, de un sabor embocado y un color intenso como la miel oscura. El aroma intenso a madera y alcohol tiene un toque dulce al final que resulta muy agradable al paladar. Los olores evocan historias íntimas y personales, es cierto que la capacidad olfativa tiene mucho que ver con los recuerdos, con la asociación de ideas y con hechos que no consiguen despertar con el resto de los sentidos. Realmente es algo que funciona como un interruptor de memoria, un perfume, un aroma, el olor de un vino o del tabaco espeso de los domingos por la tarde, la fragancia del jazmín en las noches de verano.

Mi madre me confirma que aquel coronel era navarro pero no recuerda su nombre. Quizá fuera el chófer, que se llamaba Antonio y era cordobés, quién trajera en su momento aquella barrica de roble. Han pasado ya tantos años que los recuerdos se difuminan en las brumas del tiempo. A mi padre no le puedo preguntar. Bueno, en realidad le puedo preguntar cualquier cosa pero él, si está de buen humor me contestará lo que le venga en gana y si no está de humor ni me contestará. Hace un tiempo que vive en su mundo, no hace daño a nadie aunque es cierto que resulta muy complicado de manejar. Mi padre siempre fue una persona honesta y muy trabajadora. Disfrutó mucho a lo largo de toda su vida, eso que se lleva por delante. Siempre hizo lo que quiso e intentó vivir lo mejor posible. Mi padre se apaga poco a poco, como una vela que se consume porque ya no tiene más cera. La luz disminuye de manera progresiva, pienso que se acerca el final.

PD. Uno, que tiene la enorme suerte de tener amigas artistas, aprovecha por felicitar la Navidad con una preciosa pintura de JM que luce estos días en casa, si cabe, con mayor intensidad.

domingo, 20 de diciembre de 2015

El horno de leña



Niebla a lo largo de toda la semana. Una vez sale el sol, la vida cambia de color y resulta mucho más divertida. Tomás nos prepara medio cordero y aprovecho por reservar unos días de hotel en Lisboa para las próximas vacaciones. Me gusta comenzar el año con buen pie, algo que resulta bastante sencillo con las facilidades de Internet. Leo sobre el asado a baja temperatura aunque yo soy un firme defensor del asado tradicional con leña de encina. Murakami publica en castellano sus primeras novelas (“Escucha la canción del viento” de 1979, y “Pinball” de 1973) en un volumen editado por Tusquet en la colección Andanzas. Encuentro otro libro de Murakami con el curioso título de “Asalto a las panaderías”. Más de cuarenta años desde la edición de Pinball en Japón. Estoy seguro de que este hombre acabará siendo premio Nobel. Joaquín, el hijo de Benjamín, conoce los tiempos necesarios para el asado. Esa es la clave. Joaquín es de Villahán, tenemos el mismo horno y el mismo merendero construido por los mismos albañiles. Ahora necesitamos ajustar tiempos y temperaturas. Joaquín ya le tiene cogido el punto. La teoría es bien sencilla, hora y media a 180 grados, aumentando el tiempo en función del peso de la carne. Lo complicado es mantener una temperatura constante jugando con la leña y las ascuas pero todo se aprende. Es como las paellas de leña, parece imposible pero una vez se coge ritmo funciona fenomenal. El otro asunto que no acabo de ver claro es la manera de conseguir el dorado final del asado, quizá tengamos que darle una vuelta por el horno convencional antes de servirlo pero habrá que intentarlo. Dicen que el futuro es de los valientes y yo confío mucho en mis artes culinarias.

Tenemos suerte y amanece una mañana brillante y luminosa. Juanito siempre decía que la suerte no existe y quizá tenga razón. Preparo el horno para asar el cordero. Enciendo un manojo de sarmientos y enseguida cargo la leña de roble y encina que usamos para la chimenea. Poco a poco se van haciendo las ascuas que van cubriendo el hogar. Espero a que el horno coja temperatura suficiente. Mientras tanto, me entretengo recogiendo hojas secas y podando los almendros, el nogal y la higuera. Con el frío desaparecieron los caracoles aunque aún alguno se encuentra. Tengo la sensación de que me miran muchos ojos que no veo. No es una paranoia, aquí todo el mundo sabe de todo el mundo. El humo de la chimenea delata mis intenciones, enseguida aparecen los gatos de los vecinos, pongo las dos bandejas de carne en el horno caliente y espero tranquilo y confiado a que el milagro del fuego haga sus maravillas. El jardín ha quedado muy bien, ahora tiene un aspecto mucho más aseado. El sauce me da más trabajo porque anda desatado y crece de manera desaforada. Hay que andar siempre encima para evitar que se descontrole. De vez en cuando me acerco a la caseta por echar un ojo al fuego y me doy cuenta de que es mucho más sencillo de lo que pensaba. Al final consigo un excelente resultado, incluyendo un dorado que no desmerece el de cualquier restaurante de postín. Ningún secreto; cordero, agua y sal, buena leña, un poco de cariño y la prudente vigilancia del fuego y del caldo que se va formando al fundirse la grasa en la fuente de barro de Pereruela. Importante lo de la fuente de barro. Un tinto de Bodegas Portia y una sencilla ensalada de lechuga completan el menú. Ya tenía yo ganas de estrenar el horno con un asado en condiciones. Visto el resultado, intentaré repetirlo estas próximas fiestas con uno de los cabritos de mi buen amigo Nacho, pastor en Espinama aparte de otros diferentes oficios. Sus cabras son muy montañeras y se pueden encontrar en cualquier sitio entre Remoña, Liordes y Valdecoro.

Por la tarde me paso el cortapelos y me dejo la cabeza uniformemente al uno. Me acerco en bici al puente de los Franceses y pedaleo hasta que se oculta el sol. Un paseo muy recomendable para bajar el cordero. Una vez finalizadas las obras del Ave, ha quedado todo muy urbanizado incluyendo la agradable red de caminos entorno al río. Me gusta especialmente el recodo bajo el puente donde se funden las aguas de los ríos. Subo a las lagunas de la Griega por el puente sobre la vía antigua y disfruto de las últimas luces del día. Una familia de patos se desliza sobre el agua sin apenas hacer ruido. José Andrés planta ajos en la huerta, unos ciento ochenta me dice, cuatro surcos de nada. Plantas un ajo y si tienes suerte te sale una cabeza. Aprendo que el origen de la palabra chándal se encuentra en las vestimentas de los antiguos vendedores de ajos (el "marchand d’ail" que dicen los franceses). Andrés, que aprendió de su padre, me comenta que los ajos se plantan en san Martín y se recogen para la fiesta de Santiago; por lo visto son muy agradecidos y no precisan mayor atención. En invierno los árboles duermen y la huerta descansa. Me gustan las historias del campo, realmente contienen toda la sabiduría popular de manera concentrada.

Por la noche preparo unas patatas verdaderamente sublimes con el congrio y las almejas que compré al pescadero esta misma mañana. Se llama Jesús, alguien comentó que era de Villaconancio pero parece que no es cierto. No consigo recordar cuál es su lugar de origen a pesar de que me lo dijo esta mañana. Jesús me ofrece lotería pero no soy muy de sorteos y espero no tener que arrepentirme. Pienso en las patatas con cabeza de congrio de mi amigo Pacopús, un excelente cocinero. Destacan entre sus especialidades las setas, patatas, codornices y el bacalao, entre otras muchas cosas ricas. Tengo la fortuna de que Pacopús sea un hombre generoso que me invita a comer de vez en cuando; yo dejo el plato bien rebañado, le digo que está todo muy bueno y él se queda tan feliz. Estoy contento con mi casa en el pueblo; mis fines de semana en Vailima constituyen la necesaria escapatoria a un trabajo monótono y aburrido. Al día siguiente comemos con la familia (parece que nos pasemos el día comiendo). Una lástima pero papá ya no se entera de nada; tendremos que hacer algo. Lo de la residencia sin duda resulta doloroso pero yo creo que no hay otra opción. Quizá el mejor momento sea justo después de las navidades.

martes, 15 de diciembre de 2015

Viva Tulín, cantante y bailarín



Amanece una mañana de densa niebla que oculta el Negredo. La temperatura ha bajado mucho durante la noche. Los vecinos volvieron anoche a Bilbao y sus gatos patrullan por el jardín. Enciendo el fuego y me preparo un café. Me entretengo revisando periódicos viejos. “Tulín, porfa, un manchado y un cortadito con leche fría”, y el hombre se apresura a prepararme una mistela con orujo. Tampoco es que se mate, se toma su tiempo no vaya a estresarse. Todo depende de la hora, por la mañana el manchado es mistela con orujo pero para el aperitivo es un vino blanco con vermú. Posposito se pide una faria y se sale a la calle a fumar. Tulín para eso es muy serio y no deja fumar a nadie en su casa. Son las normas y hay que cumplirlas. Apuro el cortado y le doy al orujo, que me entona el cuerpo y el alma. Me encuentro con Igor que ha salido a dar una vuelta con su moto nueva, aunque lo de nueva es un decir. Así, disfrazado de motorista, no le reconocía. Se trata de un modelo Honda muy antiguo que ha estado reparando poco a poco en sus ratos libres. El trabajo ha sido magnífico a tenor del impecable resultado. A media mañana sale el sol y preparo el tratamiento para los frutales: dimetoato, cobre y aceite de invierno. El endrino de la fuente Pocías tiene buen aspecto pero aún es pronto para cantar victoria. Me acerco al bar buscando a Simón pero me encuentro con Paco y nos vamos al Suco a comer con el cura: paella y rabo de toro, café y chupito de pacharán. Mañana es su cumpleaños y no nos deja ni pagar el café. Rematamos en el bar de Tulín donde los hombres juegan la partida.

Amarillea el membrillo, cuatro cormoranes aletean hacia el río, comienza a bajar la temperatura pero en casa se está bien. Los brasas de los troncos que puse a la mañana mantienen los veinte grados en el salón. Apenas dan las seis y enseguida cae la noche. Ceno en la Caseta con José Andrés. Un rato agradable con el queso, el vino y el lomo de vaca que preparamos a la parrilla. Alimento el fuego por no quedarnos fríos. Comentamos historias del pueblo. Una economía de supervivencia en la que cada cual se apañaba como podía. El difunto Plácido, Valeriano y Angelines, la mujer de Benito el “del Pico”, hermanos, me dice José Andrés. Tendré que estudiarlo despacio. La primera casa era la de Paco con su horno y su corral porque en tiempos fue panadería, la siguiente la de Raquel y la última, la de “la Fidela”, que tenía muchas influencias y colocaba a todo el que podía en una fábrica de la capital. Por lo visto la casa de la Fidela está en venta, dicen en el pueblo. Cada día descubro nuevos parentescos. Tulín es familia de José Andrés por parte de madre y Sotero es familia de los Tarabillas, como Julianín y su hermano Manolo.

Avivo la chimenea, aún queda el rescoldo y enseguida prende la leña de encina. No me apetece salir así que me quedo leyendo frente al fuego. Me rodea la noche y el silencio, escucho el tic tac del Pacopús, aparecen las primeras estrellas. Papá sigue desconectado del mundo. Cada semana avanza un poquito más su deterioro, incapaz ya de valerse por sí mismo. Todo va muy rápido, un regresar de nuevo a la infancia.

jueves, 10 de diciembre de 2015

De Vailima al gin Xoriguer y la Pascua Militar



El fin de semana pasado estuve en Vailima. En Vailima hace frío pero se ven las estrellas, la noche es oscura pero se escucha el silencio y al amanecer te despiertan los cantos de los pájaros que ya no emigran en invierno. También se escuchan los gallos, los trenes, y los aullidos de algún perro vagabundo. Si tenemos suerte con los árboles, el año que viene haré licor con nuestras propias guindas y endrinos. Comí con mi amigo Pacopús (de la familia de los Puses) y con el cura del pueblo por celebrar su cumpleaños. Jesús es un cura de esos que merecen la pena. Nos invaden los gatos de los vecinos. Tendré que comprar algún tipo de repelente de gatos pues tenemos el jardín sembrado de cagadas, lo cual es bastante desagradable. Si no funciona el repelente químico, probaré con uno de esos modernos dispositivos electrónicos que emiten ondas molestas para los gatos y que los humanos no podemos detectar. No hay nada peor que una cagada de gato, son malolientes, pegajosas y muy desagradables. Pacopús está completamente de acuerdo conmigo. Los gatos están muertos de hambre y patrullan toda la urbanización en busca de cualquier cosa comestible pero tengo claro que ese no es mi problema. Una lástima, ahora con el frío y sin comida van a pasarlo mal pero tampoco podemos ocuparnos de todos los gatos del vecindario, bastante hacemos con aguantar sus molestias sin protestar demasiado. Me doy cuenta de que el gallego ha ido podando los árboles del pueblo. Yo también aprovecho el fin de semana para podar los dos pequeños almendros del jardín e irlos así dando forma. Los almendros son los primeros árboles que brotan y ahora es el momento de organizarlos un poco, justo antes de que empiecen a engordar las yemas en el mes de febrero. En Vailima ya estamos en lo más crudo del invierno. El endrino, con el parón invernal, se ocupa de echar raíces y de asentarse en su nueva ubicación. A ver si hay suerte y este año podemos hacer pacharán. He comprado dos macetas de barro donde instalar los dos olivos mientras se van haciendo grandes; este año ya he conseguido un buen puñado de aceitunas de los árboles de Tabarca pero en Vailima el clima es más recio y las olivas comienzan a caerse cuando aún la cosecha no ha acabado de engordar. Se nota que no están en su mejor ambiente.

Vuelta a la gran ciudad. En pie antes de las siete, a las siete y media José sale de casa con su carterilla del trabajo para no volver hasta casi las diez de la noche. Los lunes y los miércoles son los peores días, muchas obligaciones y mucha actividad. Reuniones interminables, correos electrónicos, llamadas de teléfono, comida en cualquier sitio si hay suerte (ayuno obligado en caso contrario), más las tres horas de la clase de inglés a última hora de la tarde. Es la única manera de prosperar pero al final resulta una jornada agotadora. En la capital José es don José pero sin duda su vida es más miserable y arrastrada que en Vailima, donde es libre como un pájaro y hace lo que en cada momento le viene en gana. Las actividades primarias como el comer, dormir o leer plácidamente, se modifican por las reglas sociales que obligan a cumplir con un rol determinado. Al final todo resulta muy monótono y muy cansado.

Habrá que pensar en dejar de comprar el periódico, entre la ansiedad que me produce la revisión diaria de los periódicos atrasados y el estudio del inglés, casi no me da tiempo a leer otras cosas. Es cierto que el periódico es una fuente inagotable de conocimiento, pero de vez en cuanto habría que darse un descanso.

Encuentro el pacharán Baines y la ginebra Nordés en la licorería de General Margallo, donde nos manda Miguel Ángel a buscar el vino de la bodega donde trabaja (las bodegas Buezo en Mahamud). A pesar de haber pasado montones de veces por delante, nunca me había fijado en la tienda, muy completa y con muy buen género. Es como al que no le gusta leer y pasa por delante de las librerías sin verlas en absoluto. Eso me había pasado a mí hasta ahora con la tienda de vinos. La licorería tiene un algo de tienda antigua y acogedora. Encuentro las botellas de litro del gin Xoriguer, la mejor ginebra del mundo según mi padre (qué va a decir él siendo natural de Mahón). En la isla, ocupada a lo largo de casi todo el siglo XVIII por los ingleses, nació la tradición del gin impulsada por los marineros y soldados que pululaban por sus tabernas. Miguel Pons Justo, el fundador de la destilería Xoriguer a principios del siglo XX, debía ser compañero del abuelo (1906-1981), algo que papá siempre se ocupó de recordarnos. La destilería toma su nombre de un antiguo molino de viento existente desde 1784, el mismo que aparece en las etiquetas de sus botellas y canecas. Menorca, tras cien años de invasiones, conserva la tradición inglesa y el sentido cosmopolita de aquellos que conocen mucho mundo. La historia de la isla de Menorca es muy curiosa, aun permanecen construcciones y hábitos de aquellos tiempos. La isla fue invadida por los británicos en el año 1708 durante la guerra de Sucesión Española. Tras el tratado de Utrech, en 1713, fue reconocida como territorio británico durante más de setenta años. Los británicos impulsaron la economía de la isla y convirtieron la ciudad de Mahón en punto neurálgico del mediterráneo, centro de piratas y contrabandistas. Mahón siempre fue el mejor puerto del mediterráneo, aparte de encontrarse en una situación privilegiada. Menorca fue tomada por los franceses en 1756 durante la guerra de los Siete Años pero gracias al tratado de Paris, en 1763, Gran Bretaña recuperó el control de la isla. Durante la guerra de Independencia de Estados Unidos, fuerzas franco españolas derrotaron a los británicos y tomaron la isla de Menorca el 5 de enero de 1782. Carlos III instauró la tradicional Pascua Militar que se celebra cada 6 de enero coincidiendo con la fiesta de la Epifanía de los Reyes Magos. La Pascua Militar conmemora desde entonces la toma de Menorca. La isla aún fue de nuevo invadida por fuerza británicas en 1798 durante las guerras contra la Francia revolucionaria y entregada a España, en virtud del tratado de Amiens, en 1802. Mi padre ya no se acuerda de todas estas cosas, ahora vive en una nube, pero bien que ha presumido a lo largo de toda su vida de su gin, de su queso y de su tierra natal.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Los pájaros de Loren



Las golondrinas se posan por bandadas sobre los hilos de la luz. Están lejos y apenas las distingo aunque bien pudiera tratarse de aviones comunes. El babero anaranjado de las golondrinas es el atributo más característico de estas aves. Los vencejos, algo mayores, son más nerviosos y no paran quietos en ningún momento. Loren me pregunta por los tordos de mis escritos y yo le contesto que en realidad lo que en Vailima se conoce como tordo, son las bandadas de pájaros negros que atacan huertas, frutales y cultivos. Nubes negras que se mueven veloces y consiguen por momentos ocultar incluso la luz del sol. Por lo visto resultan muy voraces para las uvas y los cultivos de aceituna. Intento localizar su imagen en una guía de aves pero resulta complicado. En cada sitio los llaman de una manera distinta sin llegar a un acuerdo común. He leído que el término podría referirse a diferentes especies como los mirlos, los zorzales e incluso las grajillas, aunque me inclino más por las nubes de estorninos que arrasan los frutales a comienzos del verano. O pones las redes o te quedas sin fruta, dicen en el pueblo. Simón los espanta con la carabina, el señor Goyo dice que son unos hijoputas que se comen sus higos cuando están a punto. En realidad el tordo como tal no se corresponde con ninguna especie europea aunque sí que hay descrito un tordo sudamericano que vive en Argentina, el tordo patagónico o quireo (Curaeus curaeus), de la familia icteridae. Creo que Loren los asocia con los zorzales que acostumbra a ver por Galicia (Turdus philomelos) y yo en cambio me refiero a las bandadas de los ruidosos estorninos negros (Sturnus unicolor), primos hermanos de los estorninos pintos (Sturnus vulgaris). “El Tordo” también se corresponde con el nombre artístico de José Durán Mediavilla, cantaor flamenco nacido en Jerez de la Frontera en 1892 y fallecido en Madrid en 1966, dominador de los viejos estilos del cante de su tierra. Cuando el Tordo enviudó de Isabelita de Jerez, madrastra de Rosa López Caballero, se casó con esta última, conocida con el nombre artístico de Rosa Durán (1922-1999).

Los tordos desaparecen en invierno, mucho frío y poca comida para instalarse en Vailima. Viajan al sur. El otro día nos contaban en el majuelo de Mahamud que la media docena de cuervos asentados en los alrededores eran capaces de espantar al resto de aves del entorno. Ante la amenaza de que una bandada de tordos acabe de una atacada con toda la uva del majuelo, resulta mucho más rentable dejar que los seis cuervos de la finca se alimenten a placer y mantengan protegido su territorio. Imagino que con las cincuenta y cinco hectáreas de viñedo, los cuervos tienen suficiente para hartarse de uva hasta la próxima vendimia. Los cuervos son muy gregarios, fuertes e inteligentes, perfectamente capaces de colonizar el territorio y amedrentar al resto de especies competidoras. 

Hoy es miércoles, cada día amanece un poquito más tarde, dicen que este fin de semana comienzan los fríos de verdad. A mí no me gusta mucho el invierno pero no hay más remedio que adaptarse a los ciclos de la vida. En Vailima el invierno es distinto que en otros sitios, el frío intenso se instala en lo más profundo de los huesos de tal manera que es posible tomar el pulso en primera persona a las diferentes estaciones del año. Hace días que no levanta la niebla, está claro que la vida es más triste cuando no luce el sol. Quizá habría que emigrar como los abejarucos, buscando un clima más cálido que nos hiciera la vida un poco más fácil. Las cigüeñas sin embargo, permanecen estables a lo largo del año, adaptándose perfectamente al entorno. Son más sedentarias, comen en charcas y basureros de la zona y crían a sus polluelos en los grandes nidos que instalan en lo alto de torres y campanarios. Mejor abejaruco que cigüeña, una vida más incierta pero sin lugar a dudas mucho más divertida y coloreada. Al menos viajas, algo que siempre tiene un valor añadido, y tienes una mayor libertad de movimientos. Conoces gente y adquieres cultura lo que te permite una visión más amplia e integral del mundo que nos rodea. Yo creo que el Cabo de Gata sería un buen sitio para instalarse en invierno, tienes el desierto y tienes las salinas con los flamencos y otras muchas especies marineras, disfrutas de la playa y el sol, la comida es abundante y los días son largos y placenteros. Parece que todo son ventajas pero cuando sopla el poniente más de tres días seguidos uno podría acabar enfermando. El poniente es un viento entre el mistral y el lebeche que sopla de la tierra hacia el mar y que al final resulta bastante molesto e irritante. El mistral se origina un poco más al norte, en Aragón se le conoce como cierzo, mientras que el lebeche o garbí, que viene del sur, se suele acompañar de arena y polvo del desierto sahariano. Se acabaron las uvas, las setas y los membrillos. Comienza el tiempo de las castañas. Pacopús nos regala un saco de nueces. En Vailima resisten los pardales pero las tardes acortan y entre el frío y la niebla hay días en que no tiene mucho sentido salir de casa. Yo creo que este año podría ser el año del alción, el simpático y esquivo martín pescador de nuestros ríos.