La vida sigue y yo no pienso seguir
aguantando mucho más tiempo la misma historia. Tengo que hacer algo, comentaba
ayer noche con Gloria, una mujer muy lista que me entiende enseguida. Me
pregunta sobre lo que me gustaría hacer pero en realidad hay tantas cosas a las
que me gustaría dedicar el tiempo que aún no tengo un plan determinado. Eso
sería lo más importante, organizar la cabeza, planificar y dedicar mis
esfuerzos a conseguirlo. Hay que tener cuidado, a veces la vida te sorprende y
te regala los sueños que te rondan desde hace tiempo. Quizá el secreto consista
en desearlo con las ganas suficientes. Pienso que habría alternativas a la
rutina del trabajo diario, cosas diferentes que hacer, aprovechar el tiempo
para disfrutar, leer y caminar por el campo. Me gustaría pasear, cuidar un
perro pequeño y poner cuatro matas de tomate, abrazar los árboles y trabajar en
la huerta sin ningún tipo de contrato ni obligación. Hacer vino. Ver amanecer.
Pasear al borde del río buscando a las garzas. Hacer fotos. Tomar un vino con
los amigos y por la noche contemplar las estrellas.
Entre la leña y los tratamientos de
los árboles, las mañanas se me escapan sin darme cuenta. Pasan las semanas y
los meses a toda velocidad. Apenas me cunden los días; ya decía Paco que una
vez que te jubilas te quedas sin tiempo para nada. Por eso él hace relojes, por
detener el tiempo de alguna manera. Es algo que realmente tiene mucho sentido.
"Tempus fugit" me decía siempre Clemente, una letanía grabada
desde entonces en lo más profundo de mi ser. El verde invade el espacio, los
árboles van teniendo su tamaño. Un oasis en Vailima colonizado por los pájaros
y los insectos. Podar, fumigar, regar, recoger hojas secas, cuidar los
rosales...
Cada estación tiene su ritmo, nada
se puede forzar. Pasó el tiempo de las setas, persisten los caracoles. Las
hojas rojas de los guindos aún se mantienen en los árboles mientras el amarillo
de los ginkgos tapiza el césped. Imagino las podas de cada arbolito pero espero
la llegada del frío antes de empezar pues se trata de una decisión importante.
Una casa en el campo da mucho trabajo. Habrá que decidirse y asumir las
consecuencias (quien no se arriesga jamás puede triunfar). El objetivo no es
otro que disfrutar todo lo posible (no me cansaré de repetir lo poco que
necesitamos para ser felices). La vida pasa deprisa, antes de que quieras darte
cuenta podrías lamentarlo. Visto lo visto, no hay que dejar pasar ni
una sola oportunidad.
Mi padre, en un momento de lucidez,
me regala una barrica de roble de una cántara. Dieciséis litros, lo que cabe en
un garrafón. Yo creo que llevaba más de cuarenta años en casa, la recuerdo
ocupando una esquina del salón de la música desde que tengo uso de razón.
Montulia es el nombre que lleva marcado a fuego en su fondo anterior, una
bodega de Córdoba que elaboraba un fino en Montilla. Mi madre me dice que la
barrica es un regalo de un coronel de la Guardia Civil que estuvo destinado en
Segovia hace muchos años. Por lo visto fue padrino de la primera Martita así
que calculo que estamos hablando del año 1973. Más de cuarenta años, ha llovido
desde entonces. El Montulia es un vino generoso elaborado con uvas de la
variedad Pedro Ximénez, con una crianza de tres años en botas de roble mediante
el sistema de criaderas y soleras. Recuerdo que mi padre cuidaba mucho su
barril, siempre lo tenía lleno hasta arriba. Cuando menguaba, lo rellenaba con
Tío Pepe, Fino Laína y otros vinos de Montilla-Moriles. Quizá yo sea un
sentimental pero me parece que es la mejor manera de mantener los recuerdos y
de que sigan vivos a lo largo del tiempo. Pequeñas cosas que nos alegran a
vida. Aprovecho el vino que contiene la barrica, cerca de media cántara, lo
filtro con cuidado con una manga pues ha criado mucho poso, y lo vuelvo poner
en la barrica después de lavarla concienzudamente con agua fría. Arreglo la
espita bloqueada por el azúcar del vino completamente solidificado, como si
hubiera cristalizado. Cuesta trabajo recuperar el mecanismo pero al final lo
consigo. Paco piensa que habría que lijar la pieza de madera que cierra la
espita para que deslice más suavemente, yo froto las piezas con un poco de
aceite de oliva. Completo la barrica con un vino generoso que cuido en Vailima,
una mezcla de palo cortado y montilla-moriles, para que la madera se mantenga
en condiciones en contacto con el vino. Es un vino fuerte y denso, de un sabor
embocado y un color intenso como la miel oscura. El aroma intenso a madera y
alcohol tiene un toque dulce al final que resulta muy agradable al paladar. Los
olores evocan historias íntimas y personales, es cierto que la capacidad olfativa
tiene mucho que ver con los recuerdos, con la asociación de ideas y con hechos
que no consiguen despertar con el resto de los sentidos. Realmente es algo que
funciona como un interruptor de memoria, un perfume, un aroma, el olor de un
vino o del tabaco espeso de los domingos por la tarde, la fragancia del jazmín
en las noches de verano.
Mi madre me confirma que aquel
coronel era navarro pero no recuerda su nombre. Quizá fuera el chófer, que se
llamaba Antonio y era cordobés, quién trajera en su momento aquella barrica de
roble. Han pasado ya tantos años que los recuerdos se difuminan en las brumas
del tiempo. A mi padre no le puedo preguntar. Bueno, en realidad le puedo
preguntar cualquier cosa pero él, si está de buen humor me contestará lo que le
venga en gana y si no está de humor ni me contestará. Hace un tiempo que vive
en su mundo, no hace daño a nadie aunque es cierto que resulta muy complicado
de manejar. Mi padre siempre fue una persona honesta y muy trabajadora.
Disfrutó mucho a lo largo de toda su vida, eso que se lleva por delante.
Siempre hizo lo que quiso e intentó vivir lo mejor posible. Mi padre se apaga
poco a poco, como una vela que se consume porque ya no tiene más cera. La luz
disminuye de manera progresiva, pienso que se acerca el final.
PD. Uno, que tiene la enorme suerte
de tener amigas artistas, aprovecha por felicitar la Navidad con una preciosa
pintura de JM que luce estos días en casa, si cabe, con mayor intensidad.