viernes, 27 de octubre de 2017

La escuadrita de carpintero


Al final conseguimos convencer a Luis para fijar un precio razonable, sabe que venimos con frecuencia y tampoco quiere espantar a los buenos clientes. Así que conseguimos la escuadrita de carpintero con sus incrustaciones de latón y todos tan contentos. Habrá que restaurarla en condiciones, la pobre ha sufrido mucho trote. El secreto es mostrar el mínimo interés por lo que te interesa pero no es sencillo pues los vendedores tienen muchas tablas y se dan cuenta enseguida de lo que quieres. Además, si algo te interesa de verdad, corres el riesgo de dejarlo escapar así que las negociaciones a veces se prolongan un tiempo más que prudencial. Paco sabe regatear hasta el último momento, a veces ofrece tres cuando le piden treinta aunque en ese caso lo normal es bajar a la mitad o algo menos. Nos acercamos a tomar un cafelito con churros; Paco está hambriento y se pide una pulga de jamón, Evelio prefiere un zumo, últimamente anda un poco delicado del corazón y es normal que se cuide. Después de ver las orejas al lobo, ha cogido algo de miedo. Yo me pido, como habitualmente, un cortado con leche fría y un churro que espolvoreo con azúcar (al final me acabaré comiendo los tres churros que nos ponen pues los amigos no muestran especial interés). Dejamos un café pagado para José, que nos ha vendido una romana antigua de Mazariegos con su pilón original. Vamos acabando el paseo. A última hora, cuando los vendedores se dan cuenta de que les queda mucho género por vender, suelen rebajar los precios por no volver a casa con los mismos trastos. Puedes comprar clavos de forja a un euro, espátulas y paletas a dos, martillos a cuatro o cinco, piquetas, azadas y azadillas. Evelio se enfada cuando pide precio por una pesa antigua que le ha llamado la atención, tres o cuatro veces lo que piden habitualmente, así que se retira molesto: “tú con tu mierda y yo con mi dinero”, murmura entre dientes. De alguna manera tiene razón. Si saben que te interesa no tienen piedad y Evelio es un hombre de mucho carácter. Paco encuentra el mango de una badila que andaba buscando desde hace tiempo y que imagina como péndulo para uno de sus relojes o cachaba para sus azadones, así como algunos clavos y chapas que incorpora a sus creaciones; su colección de Chatarras y Ocurrencias es realmente magnífica: familias de martillos o azadillas, parejas de ancianos, curas con sotana o peregrinos con cachaba. Cualquier cosa puedes imaginar. En este pueblo hasta el más tonto hace relojes, comenta Paco con guasa. Julián, que vende libros, videos y trastos diversos, me dice que el anillo en el corazón señala la existencia de hijas casaderas en la casa, aunque no acabo de creerle del todo pues es un hombre muy guasón. Podría ser, habrá que confirmarlo. Julián dice que no sabe de nada pero es astuto como un zorro y al final siempre acaba sacando provecho de cualquier cosa. Últimamente trae gorras, relojes y partituras cuando lo suyo eran los libros pero se conoce que los debe haber vendido todos y ahora se dedica a otras cosas. Mira que se venden mal los libros de los curas, ya nadie los quiere, comenta con su eterna sonrisa. Yo imagino esos misales oscuros con hojas de papel biblia gastados por el tiempo y los rezos. También tiene sellos pero los vende a un precio tan desorbitado que no se le puede prestar ninguna atención. Julián, ¿qué pasa?, ¿te dedicas ahora a la música? Es lo que hay amigo, mira que antiguo, de eso ya no hay, aprovecha que te lo pongo bien barato. Dejo a Julián con sus disquisiciones y sigo mi camino en busca de gangas insospechadas que nunca acaban de aparecer. ¿Cuánto me das?, pon tu el precio insiste Julián, seguro que llegamos a un acuerdo. Un mercadillo donde todo se compra y todo se vende.

viernes, 20 de octubre de 2017

La mano de Fátima


Volveremos más tarde y echaremos otro tiento. ¿Qué tal doce? Vale, llévatelo por doce pero que sepas que estoy perdiendo dinero. Más que perder, que nunca pierden ni un solo céntimo, es que no ganan lo que pretenden pero ese es el juego. A veces ganan más y otras un poco menos pero hay que saber irse adaptando. Encontramos un robador de dos brazos hecho de forja (un artilugio de apenas un palmo que se utilizaba para recuperar las cosas que caían a los pozos), una escuadra antigua de carpintero y una aldaba para la puerta de casa con la “mano de Fátima” y su correspondiente anillo en el dedo corazón (desconozco el motivo por el cual unas veces aparece en el corazón y otras en el anular). Paco estuvo negociando por ella el pasado domingo pero parece que no llegaron a ningún acuerdo; el vendedor no tenía intención de ajustar el precio de manera que ahí seguía, una semana después, esperando en el fondo de una caja de cartón junto con otros objetos de lo más variopinto. Es una aldaba de hierro, vieja y oxidada, que viene con su clavo original, también llamado castigo o golpeador. Pacopús me dice que no me preocupe, yo sé que es muy mañoso y que en cualquier caso él se ocuparía de dejarla como nueva. La mano de Fátima es de origen musulmán, se utilizaba como protección ante desgracias y enfermedades en general así como para el mal de ojo en particular; los cinco dedos de la mano representan la fe, la oración, la limosna, el ayuno y la peregrinación. No tiene nada que ver con el Islam porque esta religión no permite el uso de ningún tipo de ídolo o amuleto. Como “la mano protectora” no se puede comprar para uno mismo sino que te la han de regalar, Paco se encarga de todas las negociaciones, ajusta un precio justo y cuando cierra el trato me la ofrece generoso, pues sabe que hace tiempo ando buscando un llamador antiguo para la puerta de casa. Dicen que la mano de Fátima protege a la casa y a sus habitantes. El otro día me estuve fijando en una muy bonita que adornaba el portón de un caserón antiguo cerca del convento de san Isidoro pues la idea rondaba por mi cabeza desde hace tiempo. Volvemos a por la escuadra (el robador estaba a muy buen precio y no hubo ni que regatear); en realidad está muy sucia y deteriorada y yo no sé si merece la pena interesarse por ella. Paco, que tiene muy buen ojo, se da cuenta de que aún se aprecian incrustaciones de latón en el borde y en el mango de madera (dice que una vez limpias relucirán como el oro) y se lanza a por ella. Es vieja y está rota, la parte de metal tiene un mordisco. No está rota es asina. Qué va a ser asina, está rota (aunque se puede arreglar me dice Paco a media voz). Llévate algo más, anda, y te la dejo a buen precio. Las negociaciones con Luis son harto costosas, es un hombre difícil que pide sin sentido: a veces se pasa por exceso y en otras ocasiones se queda tan corto que parece que lo regalara, de tal manera que nos tiene completamente desconcertados. Hace poco pedía doscientos euros por una aldaba antigua, un precio a todas luces desorbitado. Imposible negociar con los hijos, bastante más sensatos, pues sus cosas las lleva él directamente y no deja que nadie se meta por medio. Insiste en que nos llevemos dos escuadras cuando solo nos interesa la más antigua pero él es avispado e intenta estirar hasta donde puede. Paco está enfadado conmigo, me dice compungido (aunque yo más bien creo que se trata de un lance del juego). Paco es muy buena persona y no se enfada con nadie. Si, se ha enfadado conmigo porque no le quiero vender la escuadrita. Pues pónsela más barata y verás cómo te la compra.

viernes, 13 de octubre de 2017

De nuevo por el mercadillo: hierros y chatarras


Los domingos por la mañana solemos ir al mercadillo que instalan gitanos y anticuarios bajo los soportales de la plaza mayor. Fundamentalmente hierros y chatarras, algunos muebles y diferentes aperos del campo. El mercadillo se celebra desde hace muchos años y es necesario sacar una licencia en el ayuntamiento para poder instalar cualquier tipo de puesto. Uno de los anticuarios me dice que lleva viniendo cada domingo desde hace más de veinte años; por aquel entonces la ciudad celebraba una de las primeras ediciones de las Edades del Hombre. Ahora mismo todos los puestos deben estar adjudicados pero siempre falta alguien y los sitios suelen acabar ocupados, bien por el titular del puesto o por el que viene al fallo. Allí podemos encontrar relojes, libros, cuadros, muebles, botellas, orzas de barro y trastos antiguos, entre otras muchas cosas. A veces se acercan los libreros o los de los sellos pero no suelen ser muy constantes. Una chica joven cada semana se pone delante de una mesa con libros y un extranjero, que no habla castellano, vende fósiles y minerales. Yo creo que es marroquí pero no habla francés. Un hombre con barbas blancas y una enorme levita negra se pasea entre los puestos viendo las novedades. Los gitanos acuden con sus furgonetas viejas repletas de herramientas oxidadas, azadones, azadas, picos, horcas, martillos, cerraduras, clavos viejos, llaves, romanas, planchas, pesas, arados… A primera hora se tiran un buen rato colocando todos sus trastos, luego esperan la llegada de clientes a los que poder engatusar. Un juego donde cada uno paga lo que quiere; a veces se llega a un acuerdo y en otras ocasiones se tantea y se deja pasar. Cualquier cosa que puedas imaginar se puede comprar y vender, desde un grifo a una muñeca rota, un carburo antiguo o una botella de gaseosa. Por lo visto uno de los gitanos, el más serio y responsable, es pastor de almas pero hace días que no viene, se conoce que tiene cosas más importantes que hacer. A mí me da pena porque era un hombre muy amable que solía traer cosas bien bonitas. José venía el otro día con un saco de cencerros por el que decía haber pagado cien euros (el negocio consiste en venderlos de uno en uno por el doble o el triple de lo que se ha pagado por cada uno); al lado su mujer vende libros, porcelanas y trastos diversos. Se llama María y es hermana de Luis, que lleva varios puestos con otro hermano y con sus hijos. Déjaselo barato José, que siempre nos llevan algo, le dice al marido que fuma un cigarrillo tras otro apoyado en una de las columnas de los soportales. José compra casas enteras a precio cerrado a gente que pretende sacar un dinero con los trastos viejos de los abuelos. Vacían así la casa antes de venderla al mejor postor. Aunque no saquen mucho es una solución que favorece a ambas partes; los propietarios resuelven el problema y obtienen un dinero extra al contado al mismo tiempo que José multiplica al menos por cinco su inversión, una vez que consigue vender todos los trastos. En algunos casos se encuentran cosas curiosas. El otro día uno de los gitanos traía un par de bicicletas antiguas, eran bonitas pero estaban tan deterioradas que su restauración suponía una reparación demasiado costosa, si no imposible. Un rumano muy gordo me vende un botijo de Astudillo, barro y miel, por cinco euros; en este caso soy yo quien pone el precio pues él me pedía ocho. Otras veces las negociaciones son bastante más complicadas: ¿Cuánto pides? ¿Tú cuánto me das? Un euro. Anda, anda. ¿Qué pides por eso? Veinte por ser para ti, estoy pidiendo veinticinco, mira por ahí. Te puedo dar diez. Quince, no puedo bajar más.

viernes, 6 de octubre de 2017

Entramos en invierno


Los bares siguen cerrados así que decidimos acercarnos a la bodega a merendar. No hay muchas alternativas, tampoco vamos a pasar la tarde bebiendo sin sentido, dice Paco con toda razón. Benito prepara una tortilla de gambas y setas mientras Paco corta el tomate para la ensalada y Alverio baja a buscar vino a lo más profundo de la tierra. Paco añade la cebolla y una latilla de agujas. Yo preparo el mantel y los platos, coloco el embutido (salchichón, lomo y chorizo); estoy cansado, me he pasado la tarde trabajando en el jardín. El clarete fresquito brilla en el interior del porrón, que corre con soltura de mano en mano. Dice Alverio que aún nos queda un mes; a partir de los Santos, Villa Odoth cambia su cara amable y soleada por un aspecto completamente distinto. Un Jano con sus dos caras. El viento frío que sopla del norte ruge entre las callejuelas del pueblo y se cuela por los resquicios de puertas y ventanas. Los árboles se desnudan, una especie de Alaska profunda (salvando las distancias) a pesar de la falta de nieve. Robles, encinas y alguna sabina aislada. En los peores meses la temperatura en el páramo desciende por debajo de los diez grados bajo cero y eso ya es frío de verdad. Nieblas matutinas y madrugadas de cencellada. Los cardos congelados se transforman en increíbles flores de escarcha, iluminadas por las primeras luces. La tierra permanece dura como la piedra, los campos se mantienen en un reposo total y absoluto. No queda entonces más que el verde pardo y ceniciento de las sufridas encinas que crecen a su libre albedrío en la ladera del monte. Se trata, sin duda, de los magistrales ocres, verdes y grises de Díaz-Caneja en vivo y en directo. Hasta san Isidro no volverá la placidez primaveral aunque a mí me gusta mucho disfrutar del invierno y sus rigores frente a los guiños de las brasas formadas en el interior de la chimenea por los troncos de roble y encina. La madera del roble es blanquita; la encina, mucho más rojiza y compacta, tiene mayor poder calorífico. La llama también es distinta, más viva y hermosa en el caso del roble, más intensa y profunda en la encina, dando a entender de alguna manera esa correlación profunda con la sobriedad del paisaje. El invierno, que en Villa Odoth dura más de seis meses, es una estación bien agradable; el frío y la soledad que nos acompaña cada día, nos invita a refugiarnos en casa y a leer sin prisa. Tiempo de lecturas y de meditaciones, tiempo ganado al tiempo. Apenas un mes de escaso y breve otoño; este año, con las heladas tardías de finales de abril, nos quedamos sin membrillos (y sin cerezas y sin nueces y sin guindas). Parece que de manera irremediable entramos en invierno. Paco ya asó los pimientos y esta mañana se levantó temprano por escabechar las codornices. Hay que dejar todo preparado antes de que lleguen los fríos. Por la tarde estuve limpiando la plancha y los cepos que compramos en el rastrillo (unos cepos tan pequeños que más bien parecen ratoneras); quedaron muy bien, menuda diferencia. Chistes y chascarrillos entre trago y trago; evocamos tiempos pasados, gentes que ya no están entre nosotros, historias de ahora y de antaño a las que volvemos de manera reiterada una y otra vez. Paco es la memoria viva del pueblo. Comemos las uvas de la parra con el pedazo de queso curado que trajo Benito, unas uvas dulces y jugosas gracias a las bolsas que pusimos para evitar que fueran devoradas por los pájaros. Alverio saca un orujo de café, fuerte y aromático, que deja un regusto amargo en el fondo del paladar. La noche es calma y templada. Bajamos al pueblo bajo la atenta mirada de las miles de luces de las estrellas. A veces nos complicamos pero realmente la vida es muy sencilla. Tampoco necesitamos mucho más.