viernes, 6 de octubre de 2017

Entramos en invierno


Los bares siguen cerrados así que decidimos acercarnos a la bodega a merendar. No hay muchas alternativas, tampoco vamos a pasar la tarde bebiendo sin sentido, dice Paco con toda razón. Benito prepara una tortilla de gambas y setas mientras Paco corta el tomate para la ensalada y Alverio baja a buscar vino a lo más profundo de la tierra. Paco añade la cebolla y una latilla de agujas. Yo preparo el mantel y los platos, coloco el embutido (salchichón, lomo y chorizo); estoy cansado, me he pasado la tarde trabajando en el jardín. El clarete fresquito brilla en el interior del porrón, que corre con soltura de mano en mano. Dice Alverio que aún nos queda un mes; a partir de los Santos, Villa Odoth cambia su cara amable y soleada por un aspecto completamente distinto. Un Jano con sus dos caras. El viento frío que sopla del norte ruge entre las callejuelas del pueblo y se cuela por los resquicios de puertas y ventanas. Los árboles se desnudan, una especie de Alaska profunda (salvando las distancias) a pesar de la falta de nieve. Robles, encinas y alguna sabina aislada. En los peores meses la temperatura en el páramo desciende por debajo de los diez grados bajo cero y eso ya es frío de verdad. Nieblas matutinas y madrugadas de cencellada. Los cardos congelados se transforman en increíbles flores de escarcha, iluminadas por las primeras luces. La tierra permanece dura como la piedra, los campos se mantienen en un reposo total y absoluto. No queda entonces más que el verde pardo y ceniciento de las sufridas encinas que crecen a su libre albedrío en la ladera del monte. Se trata, sin duda, de los magistrales ocres, verdes y grises de Díaz-Caneja en vivo y en directo. Hasta san Isidro no volverá la placidez primaveral aunque a mí me gusta mucho disfrutar del invierno y sus rigores frente a los guiños de las brasas formadas en el interior de la chimenea por los troncos de roble y encina. La madera del roble es blanquita; la encina, mucho más rojiza y compacta, tiene mayor poder calorífico. La llama también es distinta, más viva y hermosa en el caso del roble, más intensa y profunda en la encina, dando a entender de alguna manera esa correlación profunda con la sobriedad del paisaje. El invierno, que en Villa Odoth dura más de seis meses, es una estación bien agradable; el frío y la soledad que nos acompaña cada día, nos invita a refugiarnos en casa y a leer sin prisa. Tiempo de lecturas y de meditaciones, tiempo ganado al tiempo. Apenas un mes de escaso y breve otoño; este año, con las heladas tardías de finales de abril, nos quedamos sin membrillos (y sin cerezas y sin nueces y sin guindas). Parece que de manera irremediable entramos en invierno. Paco ya asó los pimientos y esta mañana se levantó temprano por escabechar las codornices. Hay que dejar todo preparado antes de que lleguen los fríos. Por la tarde estuve limpiando la plancha y los cepos que compramos en el rastrillo (unos cepos tan pequeños que más bien parecen ratoneras); quedaron muy bien, menuda diferencia. Chistes y chascarrillos entre trago y trago; evocamos tiempos pasados, gentes que ya no están entre nosotros, historias de ahora y de antaño a las que volvemos de manera reiterada una y otra vez. Paco es la memoria viva del pueblo. Comemos las uvas de la parra con el pedazo de queso curado que trajo Benito, unas uvas dulces y jugosas gracias a las bolsas que pusimos para evitar que fueran devoradas por los pájaros. Alverio saca un orujo de café, fuerte y aromático, que deja un regusto amargo en el fondo del paladar. La noche es calma y templada. Bajamos al pueblo bajo la atenta mirada de las miles de luces de las estrellas. A veces nos complicamos pero realmente la vida es muy sencilla. Tampoco necesitamos mucho más.