viernes, 13 de octubre de 2017

De nuevo por el mercadillo: hierros y chatarras


Los domingos por la mañana solemos ir al mercadillo que instalan gitanos y anticuarios bajo los soportales de la plaza mayor. Fundamentalmente hierros y chatarras, algunos muebles y diferentes aperos del campo. El mercadillo se celebra desde hace muchos años y es necesario sacar una licencia en el ayuntamiento para poder instalar cualquier tipo de puesto. Uno de los anticuarios me dice que lleva viniendo cada domingo desde hace más de veinte años; por aquel entonces la ciudad celebraba una de las primeras ediciones de las Edades del Hombre. Ahora mismo todos los puestos deben estar adjudicados pero siempre falta alguien y los sitios suelen acabar ocupados, bien por el titular del puesto o por el que viene al fallo. Allí podemos encontrar relojes, libros, cuadros, muebles, botellas, orzas de barro y trastos antiguos, entre otras muchas cosas. A veces se acercan los libreros o los de los sellos pero no suelen ser muy constantes. Una chica joven cada semana se pone delante de una mesa con libros y un extranjero, que no habla castellano, vende fósiles y minerales. Yo creo que es marroquí pero no habla francés. Un hombre con barbas blancas y una enorme levita negra se pasea entre los puestos viendo las novedades. Los gitanos acuden con sus furgonetas viejas repletas de herramientas oxidadas, azadones, azadas, picos, horcas, martillos, cerraduras, clavos viejos, llaves, romanas, planchas, pesas, arados… A primera hora se tiran un buen rato colocando todos sus trastos, luego esperan la llegada de clientes a los que poder engatusar. Un juego donde cada uno paga lo que quiere; a veces se llega a un acuerdo y en otras ocasiones se tantea y se deja pasar. Cualquier cosa que puedas imaginar se puede comprar y vender, desde un grifo a una muñeca rota, un carburo antiguo o una botella de gaseosa. Por lo visto uno de los gitanos, el más serio y responsable, es pastor de almas pero hace días que no viene, se conoce que tiene cosas más importantes que hacer. A mí me da pena porque era un hombre muy amable que solía traer cosas bien bonitas. José venía el otro día con un saco de cencerros por el que decía haber pagado cien euros (el negocio consiste en venderlos de uno en uno por el doble o el triple de lo que se ha pagado por cada uno); al lado su mujer vende libros, porcelanas y trastos diversos. Se llama María y es hermana de Luis, que lleva varios puestos con otro hermano y con sus hijos. Déjaselo barato José, que siempre nos llevan algo, le dice al marido que fuma un cigarrillo tras otro apoyado en una de las columnas de los soportales. José compra casas enteras a precio cerrado a gente que pretende sacar un dinero con los trastos viejos de los abuelos. Vacían así la casa antes de venderla al mejor postor. Aunque no saquen mucho es una solución que favorece a ambas partes; los propietarios resuelven el problema y obtienen un dinero extra al contado al mismo tiempo que José multiplica al menos por cinco su inversión, una vez que consigue vender todos los trastos. En algunos casos se encuentran cosas curiosas. El otro día uno de los gitanos traía un par de bicicletas antiguas, eran bonitas pero estaban tan deterioradas que su restauración suponía una reparación demasiado costosa, si no imposible. Un rumano muy gordo me vende un botijo de Astudillo, barro y miel, por cinco euros; en este caso soy yo quien pone el precio pues él me pedía ocho. Otras veces las negociaciones son bastante más complicadas: ¿Cuánto pides? ¿Tú cuánto me das? Un euro. Anda, anda. ¿Qué pides por eso? Veinte por ser para ti, estoy pidiendo veinticinco, mira por ahí. Te puedo dar diez. Quince, no puedo bajar más.

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