Amanece una mañana de densa niebla
que oculta el Negredo. La temperatura ha bajado mucho durante la noche. Los
vecinos volvieron anoche a Bilbao y sus gatos patrullan por el jardín. Enciendo
el fuego y me preparo un café. Me entretengo revisando periódicos viejos. “Tulín,
porfa, un manchado y un cortadito con leche fría”, y el hombre se apresura a
prepararme una mistela con orujo. Tampoco es que se mate, se toma su tiempo no
vaya a estresarse. Todo depende de la hora, por la mañana el manchado es
mistela con orujo pero para el aperitivo es un vino blanco con vermú. Posposito
se pide una faria y se sale a la calle a fumar. Tulín para eso es muy serio y
no deja fumar a nadie en su casa. Son las normas y hay que cumplirlas. Apuro el
cortado y le doy al orujo, que me entona el cuerpo y el alma. Me encuentro con
Igor que ha salido a dar una vuelta con su moto nueva, aunque lo de nueva es un
decir. Así, disfrazado de motorista, no le reconocía. Se trata de un modelo
Honda muy antiguo que ha estado reparando poco a poco en sus ratos libres. El
trabajo ha sido magnífico a tenor del impecable resultado. A media mañana sale
el sol y preparo el tratamiento para los frutales: dimetoato, cobre y aceite de
invierno. El endrino de la fuente Pocías tiene buen aspecto pero aún es pronto
para cantar victoria. Me acerco al bar buscando a Simón pero me encuentro con
Paco y nos vamos al Suco a comer con el cura: paella y rabo de toro, café y
chupito de pacharán. Mañana es su cumpleaños y no nos deja ni pagar el café.
Rematamos en el bar de Tulín donde los hombres juegan la partida.
Amarillea el membrillo, cuatro
cormoranes aletean hacia el río, comienza a bajar la temperatura pero en casa
se está bien. Los brasas de los troncos que puse a la mañana mantienen los
veinte grados en el salón. Apenas dan las seis y enseguida cae la noche. Ceno
en la Caseta con José Andrés. Un rato agradable con el queso, el vino y el lomo
de vaca que preparamos a la parrilla. Alimento el fuego por no quedarnos fríos.
Comentamos historias del pueblo. Una economía de supervivencia en la que cada
cual se apañaba como podía. El difunto Plácido, Valeriano y Angelines, la mujer
de Benito el “del Pico”, hermanos, me dice José Andrés. Tendré que estudiarlo
despacio. La primera casa era la de Paco con su horno y su corral porque en
tiempos fue panadería, la siguiente la de Raquel y la última, la de “la Fidela”,
que tenía muchas influencias y colocaba a todo el que podía en una fábrica de
la capital. Por lo visto la casa de la Fidela está en venta, dicen en el
pueblo. Cada día descubro nuevos parentescos. Tulín es familia de José Andrés
por parte de madre y Sotero es familia de los Tarabillas, como Julianín y su
hermano Manolo.
Avivo la chimenea, aún queda el
rescoldo y enseguida prende la leña de encina. No me apetece salir así que me
quedo leyendo frente al fuego. Me rodea la noche y el silencio, escucho el tic
tac del Pacopús, aparecen las primeras estrellas. Papá sigue desconectado del
mundo. Cada semana avanza un poquito más su deterioro, incapaz ya de valerse
por sí mismo. Todo va muy rápido, un regresar de nuevo a la infancia.
1 comentario:
No sabía que le dabas al orujo también por las mañanas jijiji
Agradable lectura, una suerte volver por aquí y encontrar tus frescos relatos.
Publicar un comentario