El cielo rosa del atardecer desde el balcón de mi isla particular, una atalaya espectacular que disfruto menos de lo que desearía. Un jardín ayuda a pensar pero a falta de jardín bueno ha de ser el balcón con macetas, pequeños árboles domesticados donde acuden palomas y urracas urbanas. Muy lejos para las inquietas salamanquesas que no se atreven a subir tan arriba. La Dehesa de la Villa a la izquierda y la Casa de Campo detrás del caos de bloques, los dos pulmones del noroeste, con el característico perfil montañoso oculto por las nubes de colores. A estas alturas del año, hace tiempo que desapareció el murciélago estival.
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