domingo, 29 de noviembre de 2015

De Madrid al Cerrato (y V)



Cierto que los molinos no son muy estéticos pero es la única manera de sacar provecho a una tierra yerma y desolada donde el trigo es una lotería y las ovejas no son capaces de encontrar ni consuelo ni alimento. Algún rebaño, muy escaso, se ve de vez en cuando pero no es lo normal. Majuelos y huertas en torno a las poblaciones, piedras, molinos y campos de cereal en las zonas menos agrestes. Por las noches, las luces rojas, marcan el territorio como si se tratara de un aeropuerto rural del que nunca despegaron los aviones. Todo un espectáculo al pie de la acacia espinosa de la bodega de Palenzuela. Nada que ver con los neones y las luces rojas de nombres exóticos que alumbran el borde de autovías y carreteras principales. Aquí lo único que brilla es el silencio y la soledad. Si los molinos tuvieran velas, navegarían hasta la Tierra de Campos, incluso hasta Portugal, desbrozando las cañadas que atravesaban la meseta. Los molinos siempre tuvieron un espíritu conquistador. Desaparecidas tanto las cañadas reales como las menos reales por falta de uso, realmente son tres los caminos naturales que nos quedan en el Cerrato: el camino terrestre que discurre siguiendo el trazado de este a oeste del camino de Santiago con su continuo transitar de peregrinos de distintas razas y religiones; el camino fluvial que atraviesa la comarca de norte a sur tras la estela de las aguas del canal de Castilla y finalmente el camino aéreo que vigila desde cielo según el trazado de la Vía Láctea, ese camino de puntitos que ilumina la negrura de las noches veraniegas. Frómista es en realidad un cruce de caminos de cuya interacción surgieron las ventas y las iglesias, una mezcla explosiva entre el fervor religioso y la quimera de acercar el mar a la Castilla más profunda. Una idea comprometida que se acabó diluyendo en la nada al chocar con la infranqueable barrera de la cordillera Cantábrica. Queso y aguardiente en la venta Boffard, parada obligada de peregrinos y veraneantes. Coincido con Venancio y charlamos un rato. Hace tiempo que no nos veíamos. Parece ser que el queso Boffard es proveedor de la Casa Real, según nos explica la chica de la barra. Me fijo en la colección de prensas de queso expuestas en el bar. Cada vez que aparezco por Frómista me acerco a visitar la iglesia de San Martín, camino un rato bajo los capiteles y escucho el silencio milenario de sus piedras (una visita de cortesía que no se puede obviar, como cuando me acerco a Palencia y saludo al Cristo de la Buena Muerte en el convento de las Claras). Por la tarde me acerco a dar una vuelta por el taller. Simón me enseña orgulloso el majuelo ya crecido y la huerta junto al río. Los cerezos se han puesto tan enormes que es difícil hacerse con ellos. A la caída de la tarde no es difícil ver cómo los corzos bajan a beber una vez se oculta el sol. Definitivamente siempre he preferido la magia de la poesía frente a la solidez de los números…

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