lunes, 23 de noviembre de 2015

De Madrid al Cerrato (III)



Al llegar al pueblo nadie me espera. Comienza a chispear. El río viene crecido, Arlanza y Arlanzón unen sus fuerzas aguas arriba a menos de cinco kilómetros, justo donde construyen el nuevo viaducto de hormigón para el paso del Ave junto al puente de los Franceses. Me vienen sonando las tripas, no he tomado nada desde esta mañana, así que paro en el bar del Pico a comer algo. Suerte que es jueves. Las campanas tocan a muerto. Hace tiempo Paco me explicó la diferencia entre el toque que señala al difunto como varón o mujer, pero no consigo acordarme. Me encuentro con Nico y Germán nos sienta juntos frente a un cocido tradicional: sopa, garbanzos y berza con tocino, carne de pollo y de vaca. Por lo visto murió Fernando, andaba bastante fastidiado aunque solo tenía 57 años. Tengo hambre y como con apetito. Pienso en las truchas de Don Camilo. Tomamos vino con gaseosa. No hay mucha gente en el comedor. En tiempos del difunto Benito dicen que el bar estaba lleno y que de vez en cuando aparecía el escritor Miguel Delibes, uno de sus más ilustres parroquianos, tras sus interminables jornadas de caza. De postre un flan y un café. La tele funciona sin sentido pues nadie le hace ningún caso. Después de comer Nico me enseña su preciosa casa de piedra y madera en la que ha trabajado sin descanso a lo largo de estos tres últimos años. Era una ruina cuando se la compró a Julianín (de la familia de los Tarabillas) por cuatro perras. En algún momento Pacopús me contó que allí hubo un bar hace muchos años; en el piso de arriba jugaban a las cartas e incluso hacían baile cuando se terciaba. Nico, después de acabar fachadas y tejados, ha reformado la escalera, ha transformado la cuadra en una acogedora sala de estar y ha sacado todas las vigas de madera… Está quedando muy bien pero aún tiene faena. Nico tiene mucha suerte, Elena trabaja como el que más y le ayuda con una fuerza y unas ganas envidiables. Me sigue explicando que ahora quiere construir un porche en el patio, resguardado de inoportunas miradas, y que tiene pendiente cambiar la puerta principal con la ayuda de un carpintero profesional. Elena ha plantado un limonero en el patio pero no creo que tenga mucho éxito pues el clima es muy riguroso en estas tierras. El día sigue triste pero a mí eso me da igual. Nico me acerca a casa en su coche; atravesamos el pueblo. Sigue chispeando. Aprovecho por enseñarle el jardín de Vailima donde los árboles ya van cogiendo forma, y la casa y la Caseta donde preparamos las comidas y cenas con las brasas de los sarmientos del Negredo. Las parras engordan progresivamente, se ve que tienen mucha vida. Los troncos de las parras son como brazos humanos que se fortalecen con el tiempo y la energía de la tierra. El sol se encarga en su momento de hacer madurar el fruto en su justa medida. Pequeñas maravillas de la naturaleza. Enfrente de casa asoma la torreta oxidada del silo y las colinas del Negredo donde destacan las siluetas de las encinas centenarias.

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