martes, 10 de noviembre de 2015

Antonio nos pinta un cuadro



Antonio nos pinta un cuadro de la ribera con ovejas en primer plano; no es barato pero es muy hermoso y de vez en cuando conviene darse un capricho. Toño es un artista de prestigio con premios y exposiciones en plazas de primer nivel. En realidad sus cuadros de la exposición del Cerrato nos gustaban un montón pero no nos convencía el hecho de poner en casa la imagen de otro pueblo o de las bodegas de la zona. Ni muerta, dice Bea. Charlamos un rato rodeados de cuadros. No hay nadie más en la sala y tenemos tiempo para cambiar impresiones: qué si tú eres primo de Basilio, que si yo soy amigo de Pacopús, cosas que se cuentan en los pueblos y que permiten ubicar a cada cual. En un determinado momento Toño nos propone, si estamos interesados, pintarnos el cuadro que queramos al mismo precio que los expuestos. Dicho y hecho. Enseguida llegamos a un acuerdo. Quiere saber qué nos gusta y dónde lo vamos a colocar, cómo está orientada nuestra casa, por dónde entra la luz… Tengo que confesar que a mí me gustaban los paisajes con pastores y ovejas, Bea quería algo más íntimo, algo más relacionado con el pueblo donde ha nacido. Algunas casas entre el río y la vía del tren, agrupadas en torno a la iglesia y los bares de la plaza. El casco antiguo no parece tan interesante como el de los pueblos del entorno y tampoco vamos a poner la imagen de la casa de algún vecino. Cierto que tenemos el silo, quizá demasiado artificial para lo que buscamos, la ribera y la torre de la iglesia con sus cigüeñas. El silo es bonito, constituye junto al puente el verdadero emblema del pueblo (un paseo con el silo al fondo sería una buena idea nos señala en algún momento). Para mí este silo-faro de Castilla es una referencia tanto visual como sentimental.

Nos decidimos por la ribera y nos vemos en casa. Toño calcula a ojo el formato del cuadro para la pared donde queremos ubicarlo. Nos acercamos al río e investigamos a cada lado del puente con la luz del atardecer. Un pescador nos indica la imposibilidad de seguir avanzando. Me falta algo en el primer plano para cerrar el espacio. Antonio me entiende muy bien. Una pena la tarde sin color. Las nubes cubren el cielo y se pierde el relieve y las formas. Sin embargo las luces de la mañana hacen que todo cambie; brillan las piedras del puente, las hojas cambian de color y se reflejan sobre el agua remansada y tranquila. Un resultado espectacular. Me gusta mucho cómo el artista consigue centrar la luz de la mañana en los ojos de piedra logrando un efecto natural para este “amanecer en el puente”. Al final las ovejas quedaron sin pelo aunque a Beatriz le hubieran gustado algo más peludas. A mí me gustan así. El secreto, como en todo tipo de arte, consiste en transmitir emoción. Toño nos dice que le pondrá un marco de plata vieja, muy adecuado para resaltar aún más los vivos colores del cuadro. Nosotros no tenemos nada que objetar. Al lado de donde pastan las ovejas crecen dos pequeños almendros que alguien debió plantar hace un par de años. Uno murió enseguida, se conoce que no le gustaba el sitio, el otro aún se mantiene vivo. Las ramas secas que trae el río se acumulan en la zona de la isla donde los árboles colonizan el terreno. Nadie recoge la leña muerta que va tapando los ojos del puente. Veo a la garza patrullando su territorio. En casa, aparte de la abubilla, cada mañana nos visita un pito real y una nube de tordos. El mismo día que Toño nos acerca el cuadro, su primo Basilio vendimia en Lancha Quebrada. Tempranillo y algo de merlot. Basilio hace un vino denso que se llama Basileo.

Veranillo de san Miguel; maduran los membrillos, los higos y las uvas. Las parras son bien flaquitas pero ya aparecen cubiertas de hermosos racimos. Blanca fina de mesa. Pacopús me dice que se ha pasado la mañana asando pimientos, imagino que será por celebrar su reciente su cumpleaños (ya sabía yo que le iba a gustar mucho “Los viajes de la cigüeña”, el precioso libro de viajes de Martín Garzo que encontré en una librería de viejo en Internet). Paco es un hombre inquieto que siempre anda entretenido, siempre tiene algo que hacer. Unos vinos con Lorenzo y Germán, en esta época apenas queda gente en el pueblo. Comienzan a caer las hojas. Aún quedan algunas claudias, este año no se han dado muy bien quizá por la falta de tratamientos adecuados. En el árbol más antiguo, un Claudio de Tolosa, las pocas hojas que aún aguantan siguen tristes y arrugadas. La abolladura, dice Clemente. José Carlos piensa que puede ser la araña roja y Simón me recomienda tratar el pulgón. Yo estoy hecho un lío. El otro Claudio, el que arrancó Adolfo de la parcela del difunto Agustín, apenas ha tenido tiempo para enraizar. Era un mal momento, todo tiene su tiempo y yo pienso que habría que haber esperado a los primeros fríos. En este caso no tuvimos ninguna opción. Adolfo desbrozó todo el terreno y regaló los árboles a quien se los quiso llevar. Hizo leña con el resto y cubrió la tierra con un par de sacos de sal. Después lo tapó con plásticos y esparció un camión de gravilla. Ahora ya nadie le tapa las vistas.

Comienza el otoño, la estación más bonita del año. Es un momento triste, yo prefiero la primavera con la vida inundado los troncos de los árboles tras el riguroso invierno castellano pero el encanto de las setas y las hojas secas resulta indudable. Mi padre me llama asno y ladrón. Llevo todo el día con él y en alguna ocasión le tengo que llevar la contraria, algo que sigue sin poder soportar pues siempre fue muy mandón. No le hago mucho caso porque se le ha ido la cabeza tras el último ingreso en el hospital y no se le puede tener nada en cuenta. Fuga de ideas, delirios encadenados, diálogos de Don Quijote y Sancho Panza. Imposible hacerle entrar en razón, habrá que encajarlo de la mejor manera posible. No me deja acercarle la merienda, dice que le quiero envenenar, me entra la risa y él se enfada mucho más. Tampoco me da la mano, dice que le doy asco. Está desorientado, no me conoce y se arma unos líos monumentales: me llama de usted y no sabe si soy gallego o si soy el cardiólogo. Ayer, sin embargo, parecía bien contento con ese hombre tan amable que estuvo todo el día a su lado: “¿No sabes quién es? le pregunta mi madre, “Supongo que debe ser el cardiólogo” contesta con aplomo. A mí lo que más me llama la atención es que mi propio padre no me reconozca y me llame de usted, una sensación muy extraña. ¿Es usted gallego, verdad? Tendrá cosas que hacer, que ya lleva aquí mucho tiempo y yo no hago más que hablar. No te preocupes papá, que tengo todo el tiempo del mundo para escucharte. Mi madre llora y mi padre la consuela: ¿Por qué lloras si no te hemos hecho nada? Al final reímos los tres, “ves mamá, no sé porque te pones así, si ya dice papá que no te hemos hecho nada”. En fin, la vida…

El año que viene habrá que comprar unas redes para tapar el cerezo; en otoño podremos usarlas para proteger las uvas y los higos “que los tordos son muy hijoputas” dice el señor Goyo y acaban con ellos en cuanto maduran. Las dos higueras del señor Goyo que plantamos hace un año han agarrado bien pero aún no se han desarrollado; la de Tabarca, en cambio, está espectacular, cuajada de pequeños higos pendientes de madurar, higos de corazón rojo más dulces que la miel. También tendremos que poner un soporte para las parras, que ya van creciendo y hay que organizarlas para que no se desparramen. Seguro que a Simón se le ocurre alguna idea luminosa pues es muy ingenioso. Una casa en el campo da mucho trabajo pero proporciona enormes satisfacciones. Habrá que pensar en encender el fuego, se acercan los primeros fríos y en Vailima no hay más que dos estaciones. Ya lo dice el refranero popular, tras el veranillo de san Miguel, el cordonazo de san Francisco.

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