jueves, 19 de noviembre de 2015

De Madrid al Cerrato (I)



De Madrid al Cerrato y tiro porque me toca. De Madrid ¿a dónde?, ¿Al Cerrato? ¿Y qué es el Cerrato?, me preguntan con frecuencia en la capital. Yo suelo contestar que el Cerrato es el territorio mítico donde se confunden mis sueños con mis realidades (Santa María, Región, Yoknapatawpha, Comala, Macondo, Mágina, Vailima). En realidad el Cerrato es una pequeña comarca de la meseta castellana donde confluyen tierras de Burgos, Palencia y Valladolid, caracterizadas por elevaciones muy discretas alternando con valles fluviales por donde discurren los ríos. Lo más probable es que la palabra Cerrato provenga de cerro y se refiera de esta manera a una región de páramos y vegas, antesala de la fértil Tierra de Campos que se extiende hacia el oeste. Dicen que la capital del Cerrato se encuentra en Baltanás, que es cabeza de partido, pero la capital de mi Cerrato particular se encuentra en Vailima con unos límites perfectamente definidos por mi imaginación.

Poco más de doscientos kilómetros entre Madrid y mi refugio en Vailima, una tierra reseca de páramos, encinas y amapolas. “Pues no está nada mal”, señala Pacopús. Cierto, nada mal, y le cuento el último chisme aprendido: “la mujer, la miel y el gato, del Cerrato”. Pacopús es un sabio que sabe leer las estaciones y que conoce dónde crece el tomillo silvestre, los endrinos y las setas de cardo. Eso sí, ya se cuida él muy mucho de descubrir sus secretos. El tren es rápido, moderno y limpio, un método de transporte aséptico acorde al siglo XXI. El tren emplea poco más de dos horas entre la estación de Chamartín y la ciudad de Palencia. Nada más salir de la capital el convoy atraviesa el bosque de El Pardo y enseguida se introduce en el túnel de ocho kilómetros bajo el cerro de San Pedro, anticipo de los veintiocho kilómetros bajo la cordillera de granito antes de pasar de largo junto a la ciudad de Segovia. Veintiocho kilómetros de túnel son muchos kilómetros, muchas toneladas de piedra por encima de nuestras cabezas. La boca sur del túnel se introduce en las entrañas de la montaña a la altura de Miraflores de la Sierra. Volvemos a la luz justo al norte de Valsaín, tras atravesar el pétreo corazón de Peñalara, la cumbre más alta de la sierra de Guadarrama con sus 2.428 metros de altitud sobre el nivel del mar. Magia y misterio. Los científicos dicen que se debe al magnetismo del granito, algo que yo creo bien posible. La velocidad impide que nos invada la sensación claustrofóbica que a priori podríamos imaginar. En realidad los veintiocho kilómetros suponen más o menos el recorrido entre dos paradas de metro un poco alejadas entre sí. Imagino el trayecto “La Coma-Pitis”, por ejemplo, con la estación fantasma de la Fuente del Fresno durmiendo en espera de los inquilinos del barrio que comienza a poblarse tras la crisis inmobiliaria de la capital. El tren atraviesa como una bala los campos segovianos antes de llegar a tierras vallisoletanas y palentinas. Alcanzamos la capital tras sobrepasar el famoso nudo ferroviario de Venta de Baños, donde las vías de hierro se oxidan al sol. Abro los ojos, me desperezo, salgo a los Jardinillos de la Estación: un viaje en el tiempo y el espacio. Parece mentira, el AVE es la nueva máquina del tiempo. Desde los subterráneos de Chamartín directamente a la plaza de los Jardinillos en el mismo centro de la ciudad de Palencia. Tan corto y tan rápido que apenas me puedo hacer idea.

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