Lo primero que hago nada más llegar a Vailima es acercarme a
saludar a mis árboles uno a uno. Veo cómo crecen, me cuentan sus historias,
miro si les falta agua o si algún bicho les anda molestando. “Estás más alto”,
“estás más gordo”, “te amarillean las hojas” comento con cada cual. Me gusta
abrazarme a mis árboles, siento su savia caliente, noto que me echan de menos cada
vez que me salto un fin de semana; no soy hombre de contar mentiras ni de poner
excusas así que aguanto el chaparrón de cariñosos improperios de unos y otros
intentando quitarse la palabra. Este año ha habido muchos caracoles, una
verdadera plaga, caracoles de esos pequeñajos que no valen para nada más que
para subirse a lo más alto de los árboles por hacerse más interesantes frente a
sus damas (yo pienso que son todos hermafroditas pero mejor no digo nada, no se
vayan a molestar). Realmente no se qué pretenden así que los recojo con
paciencia y me deshago de ellos. La encina grande tiene hojas nuevas. La encina
grande es la encina bonita del vivero de Husillos que plantamos en la Semana
Santa de 2013. No entiendo muy bien de dónde saca esa fuerza y esa energía tan
a destiempo pues ya estamos en otoño. A pesar de su alegría desbordante, este
año no ha echado ninguna bellota (el año pasado cogimos un par de kilos para
los cerdos de Simón). Veo cómo se agrieta la corteza dejando paso a la vida,
tantos años en contenedor hasta explotar por cada uno de sus poros tras su
recién conquistada libertad. Parece magia pero noto como engorda su tronco día
a día.
El olivo se infectó en primavera con el hongo del repilo y
los frutales se vieron atacados por el hongo de la abolladura tal y como me
comentaba Clemente, que entiende mucho de plantas pues trabaja desde hace años
en el vivero de Villamuriel. Los membrillos pequeños tienen pulgón, hay que
estar todo el tiempo muy encima de los frutales porque en cuanto te descuidas
un poco crían muchas plagas. Pacopús me ilustra con los diferentes productos
sanitarios, todo un arte que hay que saber aplicar en su justa medida. Ahora
parece que los membrillos van bien tras un par de tandas de tratamiento
intensivo pero aún son pequeños y no han fructificado como su hermano mayor,
que en realidad no es membrillo sino membrilla. Comienza el otoño, caen las
hojas y llega el momento de tratar los troncos de ciruelos y cerezos con aceite
de invierno. Cobre, insecticida y abono foliar para olivos y encinas en cuanto
comienzan los primeros fríos. Los almendros (Prunus dulcis), a pesar de
ser bien pequeños, aparecen cuajados de almendrucos. Son tres almendros tardíos
que plantamos a raíz desnuda en diciembre de 2013 a pesar del intenso frío que
reinaba por aquel entonces; Clemente nos dijo que no había ningún problema pero
que era muy importante dejar libre el injerto por encima de la tierra para que
el árbol pudiera respirar. Lástima que uno de los tres se esté secando sin
saber muy bien el por qué. Las condiciones son las mismas que soportan sus dos
hermanos gemelos, la mar de aparentes con sus racimos de hojas verdes.
Misterios de la naturaleza. Este año tendré que darles forma para que no se
desmanden demasiado.
Paseo entre el huerto y el jardín, algo en cualquier caso
difícil de definir. El escaramujo, dueño inicial de la parcela, quedó relegado
a una esquina donde prospera a su libre albedrío mezclado con la hierbabuena y
el negrillo de Manel, que se hace sitio a codazos. Menuda competencia mantienen
entre unos y otros. Las rosas están desatadas, crecen como las zarzas, nada se
interpone en su camino. Rosas rojas, blancas y rosas, una sinfonía de color que
alegra el jardín. La amarilla es del jardín del cura, me la trajo Julianín que
entiende mucho de plantas. Julianín me enseñó a plantar los esquejes, no tiene
mucho misterio, lo importante es tener buena mano y creer en lo que haces. No
es el capricho de la naturaleza, es el poder de cada cual. Incapaz cuan zahorí
de descubrir el curso de las aguas, tengo en cambio buena mano con las plantas.
El nogal de Julianín crece en una esquina de la parcela. Ya tiene un tamaño
adecuado pero aún no ha echado ni una sola nuez. Espigado y elegante, parece un
don Quijote serio y adusto junto al resto de arbolitos del jardín. Es el más
alto de todos nuestros árboles pero aún habrá que esperar. Todo tiene su
tiempo. Paco querría ver las nueces por conocer su variedad pues me dice que
las hay mollares y encarceladas.
Algunos frutales, un par de cerezos, dos guindos, dos
ciruelos claudios y los tres almendros de Villamuriel… El cerezo burlat quizá
sea un poco precoz para los fríos de Vailima pero su fruta es de muy buena
calidad, tal y como aprecian los pájaros del barrio. Crecen las uvas en las
parras; blanca fina de mesa. También plantamos el castaño de Indias (Aeusculum
hippocastanea) que encontramos en el bosque Horizontal de la sierra de El
Escorial, una castaña germinada que crecía por su cuenta y que cuidamos con
cariño desde hace casi quince años en una maceta en el balcón (de ahí que por
el momento no haya crecido demasiado). En Vailima aún no lleva ni dos años;
menuda diferencia el cambio de la terraza al jardín donde dispone de tierra con
gusanos y agua para crecer. El madroño (Arbutus unedo) es tan madrileño
como Joaquín o el oso de la Puerta del Sol. Pasó una mala temporada,
probablemente el exceso de calor del pasado verano, pero se ha recuperado
perfectamente. Las higueras del señor Goyo se malograron y perdieron el brote
apical pero rebrotaron desde la base y también progresan adecuadamente. Por el
momento son higueras enanitas, no era el mejor momento para trasplantarlas pero
no había otra opción. “Cuidado con los tordos, que son muy hijoputas”, señalaba
acertadamente el señor Goyo. Alimañas, ratas voladoras. En cambio la higuera de
Las Negras está cada día más hermosa, creciendo de manera desaforada entre el
pozo y la tapia. Este año ha dado un buen estirón, se conoce que le gusta la
ubicación. Sus frutos rojos se deshacen en la boca. No sé si este año comeremos
uvas, los tordos andan al acecho y algunas andan picoteadas. Mejor media docena
de cuervos que una manada de tordos, dicen en el pueblo. Sigo con mi curso de
inglés; resulta complicado conseguir la agilidad necesaria pero seguiré insistiendo
porque es la única manera de avanzar.
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