Hace tiempo que no coincido con
Valeriano. Territorio mítico del Cerrato entre la Confluencia y el puente de
los Franceses, justo el tramo en que se unen Arlanza y Arlanzón hasta su fusión
en el Pisuerga pocos kilómetros antes de llegar a Torquemada. La casa se nota
deshabitada así que, sin mayor dilación, preparo el fuego con leña de encina para
caldear el ambiente. El río divide el territorio en dos parcelas; la del norte
centrada en Valbuena llega hasta el caserío de San Cebrián de Buena Madre, la
del sur en torno a Herrera y Villahán alcanza Valdecañas y Tabanera. Pistas,
vallejos y páramos a ambos lados de la vega del río, tierra de corzos y
jabalíes. Hace días que no veo las garzas; normalmente residen en la isla bajo
el puente de los mil ojos y se las echa en falta. Ángel me pasa dos mapas del
ejército al uno-veinticinco mil donde aparecen las trochas y caminos que
recorro habitualmente. Estos son mis dominios, el territorio del norte y el
territorio del sur, territorios que patrullo libremente sin gastos ni impuestos
porque disfruto del usufructo de los caminos públicos. El silo-faro de Castilla
alumbra el recorrido y centra el territorio pues resulta visible desde todo el
entorno. Paco y Joaquín están completamente de acuerdo con mi concepto de silo-faro.
En realidad me estoy refiriendo a un tramo muy concreto de un mapa virtual
montado sobre el esqueleto fluvial del Arlanza y de sus espinas de pescado: el
arrollo Castillejo y el arroyo del Prado por un lado, el vallecito de san
Vicente por el otro. Geografía y territorio. Una vez que te organizas el mapa
en la cabeza, puedes recorrerlo de mil maneras sin otro límite que la
imaginación y la fatiga de las piernas. Y cuando éstas fallan, puedes seguir en
casa, en tu sillón favorito, por los caminos de la memora visual y de la imaginación.
En los altos a cada lado
del río, los molinos transforman el páramo en campos eléctricos a cielo abierto,
bastante más limpios que cualquier otro tipo de energía. Difícil de entender el
hecho de que funcionen correctamente y produzcan la energía tan útil y
necesaria para la vida diaria; yo solo recuerdo que la energía ni se crea ni se
destruye pero de crío me costaba trabajo diferenciar entre la energía cinética
y la energía potencial. Miraba asombrado la dinamo de la bici y seguía sin
comprender nada. Para mí era inexplicable la existencia de los dos tipos de
energía, una brava y salvaje, la otra más comedida y prudente. ¿Por qué lucía
la bombilla de la dinamo al rodar su sencillo mecanismo sobre la rueda de la
bicicleta? ¿Por qué la enorme energía que tenía el agua a una determinada
altura desaparecía cuando volvía a correr libre a su nivel? La energía ni se
crea ni se destruye, solamente se transforma nos decían en la escuela. La
energía es el producto de la masa por la velocidad de la luz al cuadrado me
explicaron mucho después. Yo seguía pensando en ello sin encontrar la solución;
¿qué tendrá que ver entonces todo esto con la luz de mi dinamo? Aquellos sí que
eran verdaderos misterios de la naturaleza. Ahora ya soy capaz de entender que la
energía cinética reside en el movimiento de las aspas de estos ingenios
mientras que la potencial se acumula en su corazón de hierro y latón aunque
nunca he comprendido su verdadero mecanismo. También entiendo lo de transformar
una en otra pero lo de atraparla en acumuladores entre los dos estadios
posibles resulta complicado. Ingenios también eran las harineras y azucareras que
surcaban esta tierra desde tiempos inmemoriales y los molinos junto a los ríos
que empleaban la energía del agua libre en mover las ruedas que trituraban el
grano o que fabricaban luz como los magos te transforman en conejo si les
llevas la contraria. Un euro cada vuelta, me decía un paisano ante las ruinas
del molino fluvial de Astudillo, señalando hacia las torres en movimiento en lo
alto del páramo. El Pisuerga en Astudillo y Cordovilla es ya todo un señor río,
nada que ver con el diminuto hilo de plata que surge en Fuente Coble, en lo
alto de la montaña palentina. “Mucho me parece”, comentaba yo en tono escéptico
con el hombrecillo, pero mejor no discutir para evitar la media hora de charla
inútil con la que supongo trataría de convencerme de sus teorías. “Qué sí, mire
usted, que tengo un primo ingeniero que trabaja en Madrid y sabe mucho de todo
esto”. El progreso avanza imparable transformando el entorno cada día. Las
fábricas de luz que abundaban a la orilla de los ríos han sido sustituidas por los
campos de torres aladas en continuo movimiento, estructuras metálicas que proliferan
en los páramos como los insensibles gigantes imaginados por don Quijote. Cada
torre paga religiosamente su alquiler al propietario del terreno, mucho más
productivo de esta manera que cualquier otro tipo de cultivo. A mí me gusta
llamarles “eoliennes”, enormes aerogeneradores en honor al dios Eolo que los
hace funcionar, como me explicaba mi amiga Cathy cuando empezaron a construirlos
por todas partes. Fábricas de luz e hilos de la luz, imposible encontrar un
nombre más poético para ingenios e ingenieros tan acostumbrados a engranajes y
fórmulas matemáticas. No creo que tenga mucho sentido cambiar la poesía del
agua por la teoría de los números.
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