Me gusta mucho viajar en ventanilla, vas un poco encajonado pero tienes, evidentemente, una mayor amplitud de miras que en cualquier otro lugar. El viaje es largo y el cambio horario altera el organismo, pero es el precio a pagar por alcanzar el otro lado del mundo. Montones de recuerdos e imágenes se agolpan en la mente; habrá que dejar un tiempo para que reposen y sedimenten las diferentes experiencias acumuladas a lo largo de los últimos días, la gente, las fotos, los templos…
Una hora y cuarto en tren desde Kyoto al aeropuerto internacional de Osaka Kansai, doce horas y media de avión hasta Paris (el avión aterriza a las cinco de la tarde hora local, que son las doce de la noche del reloj interno) y otro par de horas de Paris a Madrid. También hay que tener en cuenta las esperas en los aeropuertos y el trastorno originado por el cambio horario.
Me entretengo con “After dark” de Paul Auster (“Empecé a leer poesía, y a fumar, cuando me enamoré de Virginia Blaine”) y sus referencias a los “Cuentos de Tokio” de Yasujiro Ozu (1953). También viajo con Cees Nooteboom (“Lluvia roja”) que escribe sobre Menorca, los viajes y el paso por “Vailima”, la casa de Stevenson en Samoa, donde el famoso escritor era conocido como “Tusitala” o “contador de historias”. Señala Nooteboom que tal vez lo que buscamos en los viajes es desaparecer de los demás, aunque yo no lo tengo tan claro. Nunca acabamos de desaparecer pues estamos unidos a nuestro medio por poderosos hilos invisibles, lo suficientemente resistentes como para que nunca se acaben de romper. Sí es cierto que viajar es una forma de meditación. Viajar te hace ver las cosas con ojos diferentes. En este caso, el primer contacto con la vida japonesa y la sensibilidad oriental, supone un verdadero choque cultural, una introducción a la espiritualidad de los jardines de piedra y a los estanques de nenúfares, a las hileras de ginkgos y el arte gastronómico japonés, a pequeños signos como las flores secas, los árboles miniatura o la ceremonia del té. Una manera de buscar la paz y la belleza a través de los jardines zen. “El mundo sigue siendo infinitamente grande para quien viaja consigo mismo” dice Nooteboom.
977 - Los caracoles de Fibonacci
Hace 10 meses
2 comentarios:
Ohhhh...¿se acabó el viaje? qué pena, ¿verdad? bueno, pero espero que nos sigas deleitando de vez en cuando con alguna otra foto más de ésta interesante y desconocida cultura.
Me han encantado las que has puesto hasta ahora.
Un saludo y reponeros pronto del viaje!
Hola Mariluz, todo tiene su principio y su final. Una vez que se vuelve a la rutina diaria las cosas van mucho más deprisa y uno se olvida rápidamente del jet-lag. Seguiré poniendo, de vez en cuando, algunas de las imágenes del viaje, una experiencia extraordinaria. Besos,
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