viernes, 16 de junio de 2017

Mi segunda oportunidad


Han transcurrido ya más de cuatro semanas desde mi absurda caída de un taburete y de mi golpetazo en la cabeza; afortunadamente un incidente sin consecuencias aunque, de haberse complicado, el resultado podría haber sido fatal. Sigo sin recordar absolutamente nada ni de la caída ni de las dos horas posteriores; la contusión ha desaparecido, la cefalea y el aturdimiento pasaron y el TAC cerebral resultó normal. Pensándolo fríamente, podría haberme matado. Ahora lo que tengo que hacer es aprovechar el tiempo, disfrutar de la vida e intentar ser feliz, algo que depende exclusivamente de mi. Es el momento de poner al día mi innumerable lista de deseos: viajar y escribir, caminar por la montaña, hacer fotos, leer, cuidar el jardín, mantener el blog, montar en bici, cocinar, pasear por el campo, hacer deporte, estudiar inglés, tocar la guitarra. Montones de cosas sencillas que me hacen disfrutar y para las que necesito mucho tiempo y poco dinero. El secreto consiste en disminuir las necesidades y vivir con menos para poder dedicarnos en conciencia a todo aquello que nos hace felices. Cobran especial importancia pequeños placeres hasta ahora inadvertidos, una copa de vino, una hermosa puesta de sol, un paseo por el bosque. Siempre hay posibles alternativas. Pienso en Gary, un amigo jubilado que se dedica a pintar y a viajar por el mundo; también pienso en Pepe y sus diferentes “caminos”, una obsesión, una manera elegante de escapar a la rutina diaria. Simplemente disfrutar y vivir. Yo también aspiro a vivir de las cosas que me gustan y a las que estos amigos dedican su tiempo y sus esfuerzos de manera habitual. Sin embargo, me doy cuenta de que voy dejando pasar el tiempo sin modificar nada en absoluto. La vida es demasiado corta, cuando quieres darte cuenta la mayor parte del tiempo se ha consumido y ya no queda nada más. Es como cuando alguien se muere y desaparece para siempre, no hay vuelta atrás. Esto tiene que cambiar, quizá se trate de una quimera, una entelequia, pero lo cierto es que no puedo seguir así. El cambio ha de ser ahora, no puedo esperar mucho más pues el tiempo discurre de manera inexorable. “Tempus fugit” recordaba Clemente a la menor oportunidad que se le presentaba. Diez años, dos años, incluso un año se me hace un futuro muy lejano. La única vía consiste en fijar un objetivo, marcar los pasos y seguir avanzando. Me doy cuenta de que la vida me ha dado una segunda oportunidad y tengo que aprovecharla, es un tren que no puedo dejar escapar. Me viene a la cabeza la historia de Scott, un joven emprendedor que una vez que consigue vivir de sus sueños, toma un año sabático y fallece de manera accidental subiendo al Kilimanjaro con su mujer. No sé si es mala suerte o si el destino cruel castiga con dureza a quienes intentan escapar de una vida ordenada y convencional. Scott, al menos, intentó vivir sus sueños en primera persona. Pienso que cada persona tiene un don, un súper-poder que le convierte en alguien especial. Todos somos personas especiales. Lo importante es encontrar tu lugar en el mundo, hacer lo que te gusta y ser capaz de transmitir emociones. La emoción es la palanca del cambio, algo que ayuda a conseguir todo aquello que uno se propone (siempre dentro de un orden). Ese es el secreto, transmitir emociones. Llegados a este punto, decido cambiar mi vida. Tengo claro que soy el único dueño de mi destino. Las ideas más locas bullen en el interior de mi cabeza, dudo entre irme a vivir al campo, dedicarme a viajar o montar una librería virtual en Internet. Es el momento de perder el miedo y hacer caso a nuestras emociones más profundas. Es mundo es de los valientes. Hay que ser capaz de atreverse a intentarlo, está en nuestras manos. No podemos dejar de soñar.

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