domingo, 11 de junio de 2017

Al mercadillo de los domingos


Hoy sopla el aire con fuerza y el cielo amanece completamente gris. Vuelan las nubes dejando caer chaparrones ocasionales con una periodicidad difícil de adivinar. Me levanto temprano y me acerco al mercadillo con los amigos, Evelio y Pacopús, más que nada por dar una vuelta y estirar las piernas. Irenio anda ocupado, trabaja en la huerta justo a la salida del pueblo, se conoce que está preparando el terreno para los pimientos. Parece un milagro pero su nogal es de los pocos que han resistido las heladas tardías que han arrasado toda la comarca. Apenas veinte minutos de viaje. Damos una vuelta por la plaza, compramos el periódico (que hoy viene con un librito de Chema Madoz, un verdadero poeta visual) y tomamos café con churros. Evelio, que acaba de sufrir un infarto, pide un zumo de naranja natural. Paco me cuenta que ayer cenó un revuelto de setas y una de sus codornices escabechadas, lástima no haber coincidido. Paseamos por el mercadillo y charlamos con los gitanos, ocupados en montar los puestos. Me llevo una argolla de las que había antes a la puerta de las casas para atar los burros y las caballerías. Me piden tres euros, no me parece mal. Tengo intención de colocarla a la puerta de la Caseta. Paco se lleva una badila y algunas chapas para sus relojes. Saludo a Julián, es un artista, cada vez trae menos libros y más trastos, hoy viene con un montón de videos y discos antiguos. La mesa, coja e inestable, no parece que vaya a aguantar todo lo que va echando encima. Un par de libros bajo una de las patas ayuda a estabilizar el conjunto. Me fijo en un serrucho pequeño con el mango de madera, intentando que no se me note mucho interés. Parece antiguo. ¿Cuánto pides por el serrucho? Estoy pidiendo veinte euros pero a ti te lo doy por quince. Ofrezco diez pero el paisano no parece tener ninguna intención de rebajar el precio; a mí me parece un poco caro así que lo dejo estar. Jose tiene algunas llaves viejas pero las vende muy caras. Las mejores son las huecas, me dice Paco, que entiende de todo. La mujer de Jose lleva un puesto libros viejos; un muchacho más joven ha traído un par de bicicletas, son bonitas pero no valen más que para decoración. Me entero que uno de los gitanos, un hombre muy tranquilo que habla bajito y pausado, es pastor evangélico de la comunidad. Sin duda el más alto y elegante de todos. Vuelve a llover, nos resguardamos bajo los soportales. Evelio se interesa por todo, hace tiempo que no viene y se le nota excitado. Al final se lleva una romana con su pilón, una aldaba de hierro con la Mano de Fátima y un par de carburos de los que antiguamente se usaban en las minas. Encuentro un pequeño martillo muy curioso, curvo y picudo, que no se bien para qué podía servir; Paco dice que sería para picar las paredes en las bodegas. Está oxidado y parece muy antiguo. Después de pasar una agradable mañana nos volvemos a casa. Subimos por la carretera del páramo, un itinerario más entretenido pero mucho más hermoso; la luz es increíble, las encinas destacan entre campos de amapolas y un cielo recién lavado por las nubes primaverales. Al volver a Villa Odoth, Feliciano sanea su campo donde la hierba crece sin medida (Feliciano es un hombre muy trabajador que no respeta ni las fiestas de guardar). Cuando dejas de cuidar los árboles, se acaban asilvestrando y se pierden de manera irremediable, comenta con mucho conocimiento. Sigue chaparreando. Feliciano tenía idea de ir preparando la huerta pero con la que está cayendo tendrá que dejarlo para otro día. En misa hoy hay cuatro gatos. La señora Alejandra anda con mareos y se ha quedado en casa. Al acabar la misa nos acercamos al bar, bastante más concurrido que la iglesia. La vida sigue. Calmo la sed con una cerveza y disfruto de un verdejo fresquito que me aclara la garganta.

No hay comentarios: