viernes, 23 de junio de 2017

El ventano de Antequera


He comprado un ventanuco viejo en Cabra, Córdoba, en una de esas tiendas virtuales que pululan por Internet. Los habitantes de Cabra se llaman egabrenses, una de las habituales preguntas que me planteaba Clemente cada fin de semana, junto con el nombre de los habitantes de Madagascar o el cotidiano repaso de las diferentes capitales europeas (antes de la disolución de la federación rusa las capitales europeas eran muchas menos pues en el territorio ruso no había que memorizar nada más que Moscú). Una tienda virtual en el gigantesco mercado global donde me ofrecen una ventana tan real y verdadera como la vida misma. Por las fotos ya tiene unos pocos años y una larga vida recorrida. El contacto con el vendedor es sencillo e intuitivo a pesar de que nuestra edad nos impida la agilidad de los auténticos nativos digitales. Después de algunos tanteos ajustamos un precio razonable que satisface a ambas partes (lo importante es quedarte con la sensación de que no te engañan y de que pagas lo que el producto se merece). “Magnífica compra y a muy buen precio”, señala el vendedor en su mensaje de confirmación (yo pienso que habrá que esperar para comprobarlo, el problema de Internet es que compras sin tocar el producto y a veces puedes llevarte desagradables sorpresas). En cualquier caso me da la impresión de que se trata de una buena compra. Poco más de cinco euros por el transporte a través de mensajería exprés. El vendedor puntualiza que la ventana es del siglo XIX, cualquiera sabe, quizá una coletilla por intentar atraer mayor interés. Enseguida recibo el pedido, embalado y protegido como si fuera una momia egipcia. Mauricio lo recoge esta misma mañana. Me doy cuenta de que la ventana está más deteriorada de lo que yo pensaba, la madera está muy vieja, cuarteada y reseca tanto por los años de vida como por la falta de mantenimiento periódico (la madera bien cuidada es eterna pero una vez abandonada, se deteriora rápidamente). La reja está oxidada pero resulta muy curiosa, en realidad no son más que tres hierros de forja de apenas cincuenta centímetros que se entrecruzan definiendo seis perfectos rectángulos regulares; uno de los hierros, el horizontal, tiene dos orificios por donde entran los dos hierros verticales. El ventanuco, por lo visto, procede de Antequera, a unos 65 kilómetros de Cabra. Aparte del marco de madera con su reja de forja, también conserva el viejo cuartillo que servía para cerrar la ventana. Las bisagras son modernas, el hierro está completamente oxidado y la madera tiene restos de pintura que se desprende en capas nada más tocarla. Mucho trabajo por delante. Habrá que limpiar bien todo el conjunto, decapar y quitar la pintura muerta, sanear y tratar la madera con productos especiales para combatir carcomas y polillas. Lo peor es la mala conservación de la madera, sometida durante años a la más cruda intemperie sin ningún tipo de protección. Pacopús, que entiende un montón de antigüedades, me dice que va a ser difícil recuperarla (de todas maneras yo tengo mucha fe en su buen hacer). Es cierto que en estos momentos da la impresión de una ventana de cartón piedra; sin duda el aceite o la grasa ayudarán a intentar darle una nueva la vida. Tras la limpieza y restauración, tengo intención de tratarla con una mezcla de aguarrás y cera virgen, una combinación que nutre su in1terior y realza los mejores brillos proporcionando protección contra los elementos atmosféricos. La idea sería colgarla en la pared de la caseta que da a la zona de la pérgola, al otro lado de la casa-nido de corcho que puse para los pájaros. Un trompe-l’oeil o trampantojo en primera persona (ilusión óptica que hace creer ver algo distinto de lo que en realidad se aprecia). Iremos viendo.

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