Harinera de Tamariz, seis plantas de vacío, de abandono y de ausencia, un enorme edificio dorado por la luz del atardecer (que incluso podría tratarse de un hospital), y un Canal por el que transportar el trigo de Castilla a los puertos del norte.
En México reparten mascarillas para evitar la propagación del H1N1. A veces pensamos en poner puertas al campo. En estos momentos me vienen a la cabeza los antecedentes de la gripe española del 18, la gripe asiática del 57, la de Hong Kong en el 68… y repaso mentalmente sus devastadoras consecuencias.
“El taxista, con la mascarilla azul cubriéndole la nariz y la boca, se abre paso entre un tráfico que, aunque más liviano porque no hay colegios y los restaurantes están cerrados, sigue requiriendo muchas dosis de pericia y paciencia”.Sencillamente apocalíptico. Algunos dicen que esas mascarillas no sirven para nada, que el virus es capaz de atravesar sus delgadas paredes de película de papel. Sin embargo es una demanda de la población, tranquiliza a la gente y no hace ningún mal. Cualquiera sabe, son tiempos de incertidumbre. Lo que es seguro es que las farmacéuticas harán su agosto, ley de vida, mientras los pobres seguirán cada vez más pobres y más enfermos.
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