Nueve de octubre, dos años ya, parece mentira cómo pasa el tiempo sin apenas darnos cuenta. Y la vida sigue y nos vamos haciendo mayores, aparecen las primeras arrugas y, de un día para otro, las canas de la barba nos muestran la cruda realidad. El tiempo pasa sin prisa pero sin pausa, la mayor parte de las veces sin permitirnos el merecido descanso y la necesaria reflexión interior. Las montañas siguen ahí, mudas e impertérritas, transmitiendo todo su saber y su experiencia, “llamando sin voz” a pesar de su absoluto silencio (el “llama ello”, clara y evidente explicación del pastor habituado a caminar por el monte).
Se cansó de vivir, ya lo dije alguna vez. Y nosotros, mudos testigos de excepción, recordando sin más; ¿qué otra cosa podríamos hacer?
“Guadarrama, montañas de luz” describe el hermoso título de una publicación montañera; el puerto de Cotos, la Maliciosa, Siete Picos y los pinares de Valsaín… Mucho tiempo dándole vueltas, muchos recuerdos y la angustia concentrada en el corazón. Comentaba un buen amigo, a raíz de la muerte en accidente de otro amigo montañero:
“el dolor es muchas veces sagrado y sólo hay que dejarlo fluir y que se agote”
También Rosa Montero escribía en el periódico, hace unos días, sus reflexiones a propósito del dolor tras el trágico accidente aéreo de Barajas:
“Por todos los santos, si de verdad te conmueven tanto los familiares, respeta su dolor. La pena, que pesa como el plomo, necesita su tiempo y su mutismo para ir descendiendo por dentro de nosotros y encontrar su acomodo” (“Sin palabras”, 2 de septiembre)
Y esa pena sin palabras es la que siento yo, a pesar de los años transcurridos. Pena por el tiempo desperdiciado, por la juventud perdida, por la vida que se escapa de las manos… El dolor tendrá que fluir hasta desaparecer, cierto, descendiendo el plomo del estómago y disolviendo la amargura de la sangre hasta conseguir que sanen las heridas. Pero todos sabemos que las heridas del corazón son las que más tardan en cicatrizar y ahora, tras dos años de silencio, es cuando las palabras surgen poco a poco, consolidando la recuperación. El tiempo, ese amigo y compañero que todo lo cura.
Recuerdo nítidamente las salidas del último verano, concretamente la circular de la Barranca en agosto, a nuestra vuelta del Pirineo. Luis, como un perrillo, subía un poco retrasado las fuertes rampas de la cara sur de la Maliciosa, sufriendo sin desfallecer mientras atacábamos la última pedrera. El sol y la dura ascensión engañaban los sentidos:
“no es sed, solo es sensación de sed; no es cansancio, es una falsa impresión que nos confunde”,
insistía yo machaconamente, recordando las impresiones causadas tras la atenta lectura del “Parménides” de César Aira.
Y, como no, los desniveles de la Pedriza hasta culminar en la cumbre del Yelmo, la angustia de los estrechos callejones, la bajada por los jardines secretos hasta el Camello donde volvimos de nuevo a atravesar otra estrecha fisura en la roca. Esfuerzo vano, quizá agarrarse a un clavo ardiendo, esas hermosas salidas de cada fin de semana
(-es lo único que me estimula a seguir- llegó a decirme un día, dejándome absolutamente perplejo y descolocado)
Una terapia infructuosa a pesar del contacto con la naturaleza, con la luz y con el sol, además del cansancio físico que nos proporcionaban las palizas por el monte. Probablemente habíamos encontrado un buen motivo para seguir adelante, al menos una ilusión para vivir, aunque solo fueran esos desayunos con churros en La Granja y las cervezas en el puerto de Navacerrada, el encuentro con “el Indio” en Siete Picos, la subida por la sur de la Maliciosa o el delicioso paseo por el camino del Ingeniero en las laderas de San Rafael, las carreras por el Malagosto y la subida al Yelmo celebrando en “Casa Julián” su último cumpleaños. Sin embargo ese momento, su último cumpleaños, puso de manifiesto que algo no iba bien, un brusco bajón del estado de ánimo, un deterioro de la forma física, quizá acabaron de fundir las pocas resistencias que aún se mantenían intactas en su cabeza.
Cuatro meses intensos disfrutando del sol, de su sonrisa franca y de sus chistes, ayudando a superar la desgana y los problemas. Muchos asuntos pendientes, proyectos que nunca verán la luz, historias que no pudieron llegar a ser. Seguro que le hubiera gustado conocer la sierra de Gredos y los Picos de Europa…
La mente humana tiene mecanismos bien difíciles de comprender.
Es verdad que nos faltó tiempo pero disfrutamos intensamente los últimos meses que compartimos y ese recuerdo permanece intacto en mi memoria y en mi corazón. El final llegó como las malas tormentas, con la fuerza imprevisible de la naturaleza y el funesto poder de las catástrofes…
En fin, se cansó de vivir; se llamaba Luis y era uno de mis hermanos pequeños. Hay que ser muy valiente para poner en práctica la decisión elegida, algo tan duro y tan difícil! Siempre nos quedará su recuerdo, siempre podremos encontrarlo agazapado en alguno de los múltiples rincones de las montañas azules del Guadarrama…
“Abandono lo material. Soy como algo incorpóreo, triunfante, muerto. Si me encuentras al principio no te descorazones. Si no estoy en un lugar me hallarás en otro. En alguna parte te espero”. Walt Whitman
977 - Los caracoles de Fibonacci
Hace 10 meses
4 comentarios:
Se me ha encogido el corazón. Conmovedor. Deja que el dolor fluya y que sanen las heridas.
Gracias Carmen. Un beso
No tengo palabras... me has emocionado...
Un fuerte abrazo.
Muchisimas gracias por tus palabras Sarita, no sabes lo que me ayudan. Un beso,
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