martes, 11 de julio de 2017

Por el jardín de Rodalquilar


Un rato en la playa del Peñón Blanco en La Isleta del Moro Arráez. Tierra de piratas y berberiscos donde destacan las atalayas, torreones y castillos defensivos a pie de costa. Palmeras y palmitos, la única palmera autóctona europea, crecen desaforadas en el mejor ambiente que pudieran encontrar. Una acacia de las cuatro estaciones nos alegra la mañana. Recuerdo a Bianka, la palmera que lleva toda una vida con nosotros y que desde 2001 no para de crecer, prisionera en una maceta de la que no resulta fácil escapar. Azufaifos y algarrobos en el jardín del Albardinal, matorral desértico (cornicales, lentiscos, cambrones, espartos, rascamoños, hierba del rocío) junto a olivos centenarios, encinas y granados. Destaca un bosquecito de algarrobos jóvenes, también algunos acebuches pequeños que crecen invadidos por la cochinilla algodonosa. Rosa nos avisa que cierran a la una, por no dejarnos encerrados (no sería la primera vez, indica con sorna). Imposible instalarnos en el Playazo con el aire que sopla. Nos acercamos a saludar a Fidel, tenemos suerte, nos dice que cierra los lunes y los martes por cuidar de su pequeña. Fidel está como siempre; le preguntamos por Mariloli, hace tiempo que no la ve, vive al otro lado del pueblo. Va bien. Monique ha vendido su restaurante y se ha instalado en Marruecos con su novio. Charamos un rato, tomamos unas cañas. Rodalquilar está precioso, el arte invade las calles. Aprovecho por sacar algunas fotos con el móvil. La Despensa, la tiendecilla de vinos, sigue funcionando a toda máquina (uno de los chicos nos dice que abren todos los días del año a partir de las ocho y media de la mañana). Nos acercamos a Las Negras pero resulta imposible tomar nada, el mar está picado y la gente se concentra en bares y terrazas. Conseguimos tomar café en La Sal, moderno y agradable restaurante frente al mar con lámparas de esparto y cuadros de chumberas. El pueblo está en obras, se nota que se andan preparando para el verano. Hace mucho menos aire que en San José. Un gato se estira sin ningún pudor a la puerta de una tienda de recuerdos. Me llevo el Eco del Parque de la pasada primavera, la revista que edita periódicamente la asociación de amigos del parque natural (descubro que también es posible consultarla en Internet). Un hombre vende colgantes de piedritas de la cala de san Pedro con iniciales en plata. Volvemos a San José. A última hora de la tarde repetimos cerveza artesanal en la Abacería; Blanca me regala una bonita bolsa de cuero que encuentra en una tienda en la misma calle (moda, cuero, vestidos y regalos). Caminamos hasta el pequeño puerto marítimo al otro lado del paseo. Encontramos a Javier con su perro de aguas, atiende por Niki y es muy gracioso y juguetón. Cena en El Faro: timbal de verduras, sargo a la brasa y tarta casera de queso, con un blanco frío de Laujar (macabeo de la ribera del Andarax, en la Alpujarra almeriense). Nos atiende Alejandro, un muchacho muy simpático y profesional. No acabo de distinguir los pargos de los sargos. Alejandro nos explica que el sargo (Diplodus sargus) es un pescado de roca de color plata que se alimenta de lo que va encontrando en los fondos marinos, en cambio el pargo (Pagrus pagrus) es un tipo de besugo de coloración más rosada y carne más seca, que también se conoce como urta o bocinegro. Saludamos a Darly, la jefa, dice que se acuerda de nosotros y nos da muchos recuerdos para Marisa. Nos acercamos al Pirata Maimono por cerrar la noche. Gente por todos los sitios. La cena me ha dado sed, me tomo un par de cervezas. El paseo de vuelta al hotel, con la tranquilidad de la noche, resulta especialmente agradable. Corre el aire perfumado por el aroma de la flor del jazmín.

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