viernes, 25 de agosto de 2017

Coto Redondo


La noche es espléndida, el aire permanece en calma y el cielo se mantiene completamente despejado y cubierto de estrellas. Entre la Polar y la Vía Láctea descubro el rumbo a seguir, el “milky way” de las guías celestes, nuestro particular Camino de Santiago. Repararon la casa del Caminero; ahora se encuentra llena de libros, cuentos e historias fantásticas que podemos atrapar con la punta de los dedos. Una brillante idea de Carmen, la flamante señora alcaldesa. Hasta no hace mucho tiempo el caserón no era más que una ruina donde guardar los diferentes aperos del consistorio y donde acumular trastos de dudosa utilidad, cubiertos por una gruesa capa de polvo y de olvido. Una ayudita del Ayuntamiento, otro poco de la Junta y un empujón de la Diputación. Ahora, con la colaboración de todas las fuerzas sociales, acaba de inaugurarse un espacio cultural para el disfrute de pequeños y mayores (préstamo de libros, cursos de informática para jubilados, inglés para niños, cuentacuentos, etc.). A un lado de la puerta principal crece un olivo viejo y sarmentoso; su tronco reseco y arrugado, de las dimensiones de un cuerpo humano, rebrota desde la base con la inalterable fuerza del paso del tiempo (los que plantaron al otro lado del puente de piedra acabaron asilvestrados). Es extraño lo bien que crece el olivo a pesar de encontrarse en tierra extraña. La gasolinera está hasta arriba de camiones que pasan la noche en el aparcamiento cumpliendo el reglamentario alto en el camino (los periodos de reposo están ahora muy vigilados y el tacógrafo obliga a respetar de forma escrupulosa las necesarias horas de descanso). Algunas chavalas un poco ligeras intentan buscarse la vida, dulcineas sin suerte tras el rastro de un porvenir sin futuro. Venteros, carreteros y dulcineas, tal cual como la vida misma. Imagino algunos Sanchos pero un solo Quijote enfrascado en la compulsiva lectura de sus libros de caballerías. Los camioneros atraviesan Europa de un extremo a otro en enormes vehículos cargados con diferentes tipos de mercancías: de Portugal a Alemania, de Gibraltar a Eslovenia, incluso algunos llegan hasta Polonia o Rumanía, en los confines más orientales de la Comunidad. Sin duda los camioneros son nuestros carreteros del siglo XXI. Me tomo un café con Avelino, que trabaja esta noche. Charlamos un rato. Me cuenta cuando, de pequeño, se entretenía matando ratas con Isauro en el “moledero” junto a la herrería. Me pregunta por el "Coto Redondo" que me llevé el otro día (la gama alta de Pagos del Negredo, elaborado con cepas viejas del Cerrato). Muy bueno, comento con rotundidad, un vino fuerte e intenso con recuerdos a fruta madura y vainilla. Un poco caro, remarca Avelino. Claro, no se puede tener todo. Eso me parece a mí. Dejo a Avelino con sus cavilaciones y me vuelvo despacio por el camino de la Casa de las Brujas (apenas un pozo y un nogal en mitad de un campo de alfalfa que el amigo Teo cuida con cariño). Ni un solo ruido turba el silencio de la noche. Las luces rojas de los molinos en lo alto del páramo proporcionan el toque particular de un imaginario anuncio navideño. Los almendros viejos ya están dormidos. Paso sigiloso, casi de puntillas, por no molestar a los espíritus que habitan este mágico entorno (el cementerio no está lejos y en estas noches tan agradables muchas de las ánimas salen a dar una vuelta y a estirar las piernas pues andan siempre encogidas y con demasiada humedad, algo que no va nada bien para los huesos). La sombra del silo se alarga con la luz de la luna; en la estación fantasma ya no paran los trenes. Al otro lado de las vías, en el paraje de Lancha Quebrada, despierta el majuelo de Basilio alterando la calma del entorno con los petardos que pretenden espantar a los tordos.

No hay comentarios: