domingo, 1 de diciembre de 2013

La casa azul



Me despierto temprano y reavivo el fuego con los rescoldos que han resistido a lo largo de toda la noche. La encina aguanta mucho tiempo y proporciona un gran poder calorífico. La casa es pequeña y confortable y enseguida se caldea. Preparo un café y escucho silbar el viento. Amanece. En cuanto asoma la luz por detrás del Negredo, descubro una mañana soleada. Con el sol, la casa se templa enseguida pues está orientada al mediodía. Limpio la chimenea, quito la ceniza sobrante y preparo unos buenos troncos para pasar la mañana a gusto. Algunas ramitas menudas consiguen hacer brotar la llama que lame los troncos más gruesos. Enseguida se nota la subida de temperatura. Imposible salir al jardín hasta que no caliente bien el sol así que me preparo para pasar la mañana frente al fuego. El jardín es mi santuario. Miro por la ventana cómo se mueven los árboles del vecino; el balanceo del ciprés indica lo desapacible del día. En casa, el aroma de la madera y los membrillos recién cortados perfuma el ambiente y estimula los sentidos. Me gusta el olor del fuego. Las encinas crecen en el jardín. Yo soy el protagonista de mi vida y controlo sus circunstancias. El invierno es muy largo, la naturaleza duerme, en Vailima no queda una sola hoja; lo siento por el olivo y la higuera que pasarán aquí su primer invierno. Los membrilleros me preocupan menos pues son más rústicos y resistentes, las parras perdieron las hojas y las encinas, después de los calores estivales, resisten sin problema cualquier adversidad. Los caracoles se esconden bajo las hojas secas. El secreto para vivir una vida plena y feliz reside en luchar por lo que nos apasiona: pasear por el campo, recoger setas o cultivar la huerta, leer, montar en bici, repasar los periódicos atrasados. Pequeñas cosas que nos hacen sentir bien. Quizá me falte ambición para descubrir y aplicar esta teoría de la felicidad. Uno se va haciendo perezoso. Reviso los periódicos y tomo nota de los párrafos que me llaman la atención: encontrar lo que buscas, alcanzar el éxito, sobrevivir en una ciudad llena de dificultades, crear tu propia empresa, poner en práctica los sueños, valorar las cosas realmente importantes... Fundamental el mantener un punto de locura para luchar por las cosas que nos apasionan. La lección que a estas alturas nos pretenden enseñar consiste en disfrutar de toda esa locura, de la montaña y del bosque, de escuchar el silencio y de cuidar un jardín, de contemplar cómo se mueven las piedras y cómo susurran los árboles, el descubrir los aullidos del viento entre la nieve, los árboles y las montañas. La montaña como espejo de soledad que me permite disfrutar del silencio y encontrarme conmigo mismo. Los troncos crepitan en la chimenea, sube la temperatura y se dispara el ventilador. Preparo la comida. Salgo a dar un paseo por estirar las piernas; a pesar de los rayos del sol, el aire invernal corta la respiración. Me gusta la casa azul en medio del campo, justo a la derecha del camino de la estación nada más salir del pueblo. Como una cara sin ojos, echo en falta un par de ventanas que alegren su fachada principal; probablemente no hayan hecho falta pues se trata de una caseta de aperos que cumple dignamente su función. Los almendros fugitivos crecen en las cunetas mientras el campo espera su mejor momento. Entusiasmo e ilusión son las claves. Realmente necesitamos bien poco para ser felices.

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