domingo, 8 de diciembre de 2013

Amanece en Genoveses



Amanece en Genoveses. Me entretengo jugando con las nubes entre los troncos de los eucaliptos secos, la única vegetación de la zona junto con los pitacos y algún palmito instalado en las vaguadas por donde corre el agua de manera ocasional. Cabelleras despeinadas por nubes voladoras que nos pasan por encima a toda velocidad. Apenas nos damos cuenta pero basta apresar un instante para reflexionar sobre la naturaleza del paso del tiempo. Nubes de algodón teñidas por el rosa de la mañana. Dos cormoranes se deslizan silenciosos contra el cielo del amanecer mientras una bandada de pajarillos revolotean junto al borde del agua, único elemento que turba la impresionante calma de la mañana. Un cuerpo rechoncho con un pico y unas patitas tan estilizadas que parecen imposibles de sostener el peso del ave. Sin embargo todos sabemos que las aves vuelan porque tienen los huesos huecos y el plumón que recubre su cuerpo se pone en marcha con apenas un soplido del viento. El sol aparece puntual por una esquina de la playa, comienza a elevarse sobre el horizonte y desaparece la magia de esa primera hora, la mejor sin duda de toda la jornada. El reflejo que ilumina la superficie del mar colorea los troncos secos de los eucaliptos; un tono naranja compacto completamente distinto del rosa sutil que presentan las nubes. Una vez que aparecen los azules en el cielo, comienza la mañana y llega el momento de emigrar. Un cortado por entrar en calor después del madrugón. Nos acercamos a Níjar por comprar un enano para el jardín. Se me ocurre así de repente sin pensar mucho, una de esas ideas que sobrevuelan un tiempo en la mente hasta que una conjunción de casualidades hace que se materialice como por arte de magia. Nigerianos en bici transitan entre los plásticos de los invernaderos, un territorio mestizo e intercultural. "Se echa plástico". "Blanqueos", anuncian por doquier. Visitamos la galería de arte y la tienda de antigüedades africanas. En una de las tiendas de alfarería encontramos un enano muy discreto que recoge setas intentando pasar desapercibido medio oculto bajo las hojas secas de una higuera gracias al tono entre gris y amarillento de su superficie; un enano barbudo y viajero de piedra artificial aunque yo nunca he sabido de la existencia de dos tipos de piedra. Su aspecto se sitúa entre la imagen de un druida y la de uno de los apóstoles. Un hombre mayor me explica que lo que más se vende ahora son los enanos y los Budas, de los que dispone una amplia variedad encerrados en un cercado de alambre junto a un huerto de naranjos, olivos e higueras. En vez de gallinas, tinajas, budas y enanos de jardín, que los zorros aquí son muy astutos. Yo pienso que pondremos a nuestro enano entre la higuera y el escaramujo para que el paso del tiempo lo acabe cubriendo con la pátina de la sabiduría y el verdín de la reflexión. No es bueno cambiar los hábitos de la gente y los enanos, aunque sean de piedra artificial, también tienen su corazoncito y sus sentimientos. Si se encontraba cómodo bajo una higuera, mantendremos su sabia decisión aunque en Vailima pasará bastante más frío de lo que soporta actualmente. De momento habrá que buscarle un nombre acorde con su naturaleza. Un bonito botijo artesano con colores locales y un par de tinajas de barro completan el lote de cerámica que trasladamos a Vailima; al fin y al cabo un rincón del paraíso en nuestra propia casa.

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