Al bajar del Montón de Trigo caminamos un rato por una pista forestal que atraviesa un magnífico bosque de pinos gigantes. Unos pinos que, buscando la luz, se estiran hasta lo inimaginable conformando diferentes planos visuales. Las agujas de los pinos tiñen el suelo de color anaranjado, a juego con su corteza asalmonada. Un marcado contraste con el verde vegetal de los helechos, que en poco tiempo cambiarán su color tiñendo de pardo rojizo la base del bosque. Será el momento en que aparezcan las moras, las setas, las endrinas…
2 comentarios:
Un paseo reconfortante.
Con tu relato se percibe hasta el olor a pino de la montaña.
Saludos
Gracias Begoña, a pesar de vivir en la ciudad parece que no puedo disimular lo que me gusta la montaña y el campo. Besos
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