Ayer enterraron en Vailima a la
señora Cecilia, que ya había cumplido los 103 años. Toda una institución. De cabeza
estaba muy bien pero estos últimos días la mujer andaba algo malilla, cuentan
las nietas. El jueves por la noche se acostó para no volver a despertar. Dado
que todos tenemos que morir, esta forma (en tu cama, con tu familia y sin
sufrir) resulta una de las mejores maneras de hacerlo. La velan en casa, como
hicieron siempre en los pueblos hasta que se implantó la moda de morir en los
hospitales y se crearon entonces los fríos y artificiales tanatorios donde todo
está muy limpio y aséptico, proliferan las flores cultivadas pero se echa en
falta la mistela, los mantecados y algo más de calor humano. En casa se
encuentra acompañada por la familia, los vecinos y amigos, lo normal después de
una vida tan prolongada. Saludo a César y le doy un apretón de manos; la señora
Cecilia era su abuela.
Hoy me levanto temprano por preparar las alubias
con codorniz que llevo barruntando toda la semana. Las alubias son de Luisito,
"ni grandes ni pequeñas, de las clásicas de toda la vida" afirma
convencido; la codorniz es de Pacopús, que aparte de fabricar relojes y asar
pimientos con leña de encina, prepara unas sublimes codornices estofadas y un
bacalao imposible de imaginar.
De recados por la capital. Tenemos la gran
suerte de conseguir sin demasiadas dificultades la válvula EGR necesaria para
que Simón nos vuelva a poner en marcha el coche (sin duda el asunto más
importante de toda la mañana). Aprovechamos el viaje y las rebajas de este fin
de semana por reponer el material del jardín: abono para los frutales, sulfato
para las parras, alambre, hilo para la máquina corta bordes, una cuña para
abrir la leña de encina... Nos encontramos con Rubén, "el Mochuelo",
acompañado de Igor. Recojo el libro de Avelino Hernández en la librería
Amarilla, "Donde la vieja Castilla se acaba", en una impecable
re-edición pues el original data del año 1982 y resulta imposible de encontrar.
El libro, de tapa dura y portada en blanco y negro, tiene una pinta espléndida
a pesar de venir precintado dentro de un plástico protector que evita el
manoseo de curiosos y entrometidos y te permite descubrir su encanto sin
mancha. De lejos ya presiento que me va a gustar. Me aprovisiono en "El
Corcho" de jabones de olor (lavanda y amapola) y, una vez acabados los
recados, volvemos a Vailima. El día es magnífico, absolutamente primaveral.
Hablo un rato con el olivo que me escucha bien atento, la encina anda perdiendo
hojas que me dedico a recoger con paciencia, quito algunas ramas incómodas del
endrino (que no parece seco del todo pero que sigue sin dar claras señales de
vida), me entretengo arrancando malas hierbas con la piqueta, la herramienta
sin duda más aprovechada de todas las que he ido adquiriendo a lo largo de
estos últimos años de vida campestre. Las cerezas van engordando, despuntan las
parras, la higuera junto al pozo ha dado un buen estirón. Riego con un
preparado de hierro el más amarillo de los ginkgos por intentar conseguir el
verdor de sus hermanos. Paco me comenta que viene el tiempo de sulfatar el
majuelo así que tomo buena nota. Le propongo un escueto boletín semanal que
recopile las tareas pendientes en cada estación (que si el sulfato, que si el
cobre o el insecticida) pero él, escéptico, me da a entender que no tiene mucho
sentido. Cada cuál es muy suyo y hace las cosas cuando le viene en gana, viene
a decirme, así que mejor evitar dar lecciones a nadie.
Después de una comida sencilla pero contundente
(alubias con codorniz, tinto reserva y queso añejo de Fuentes de Valdepero),
saco la mecedora al porche e intento leer un rato. Con el sopor de la comida y
los aromas del pacharán, acabo dormido como un bendito para lo cual colabora de
manera importante el arrullo de los pájaros y el equilibrio estable
proporcionado por la mecedora, que me acuna con mimo entre sus brazos de madera
de olivo. Cuando consigo recuperarme, viajo por Soria con el amigo Avelino.
Precioso libro viajero de esos que puedes abrir por cualquier parte en
cualquier momento. Rabiosa actualidad a pesar de los casi treinta y cinco años
transcurridos desde entonces. Los días son largos de tal manera que me da
tiempo a seguir trabajando un rato en el jardín. Una nube viajera alegra el
césped y me ahorra tener que regar. Este año tendremos muchos caracoles. Luis
siempre decía que agua de lluvia no quita de regar pero la tierra está húmeda y
por el momento no le hace falta mucho más. Se va haciendo de noche. Enciendo
las luces del porche. Al caer las sombras, nos acercamos por el pueblo a tomar
una cerveza y charlar un rato con la gente, algo que no se paga con dinero. A
la vuelta nos reciben las estrellas.
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