viernes, 23 de octubre de 2015

Un paseo por la estación



Un paseo por estación con la luz del atardecer. Un cielo interesante, a un lado el silo, al otro la arboleda con el fondo de encinas centenarias cabalgando sobre las colinas del Negredo. Cae la tarde y alargan las sombras. El óxido de la chapa del silo resalta con los últimos rayos del sol. Dicen que lo quieren quitar, que está muy cerca de las vías y que con esto del Ave hay que simplificar. Yo espero que no sea verdad. Toda una vida aguantando el estruendo de los trenes como para tener que reducirlo a chatarra justo en su mejor momento. Cierto que ya no cumple ninguna función pero constituye uno de los símbolos más representativos del pueblo y como tal merece un cierto respeto, aunque no sea más que por señalar nuestra ubicación: “una vez alcanzas el silo ya estás en Vailima”. Una bonita imagen que se acaba fijando en la retina (lástima de los escombros de la antigua pasarela aún pendientes de retirar). Imagino a una pareja caminado despacio, abrazados, sin prisa, y pienso que bien podría tratarse de nosotros. Tiene mucho sentido esas dos siluetas de espaldas caminando hacia la luz.

El otoño, el silo y las nubes de algodón. Vuela la imaginación entre las colinas y el río. Ya recogieron las uvas de los majuelos y los membrillos de los huertos y jardines. Basilio espera una buena cosecha; nosotros preparamos la compota de manzana y el dulce de membrillo la semana pasada (quedó algo líquido, tendré que aprender a espesarlo). Se nota que los días acortan, nos acercamos al invierno. Caen las hojas y aparecen las setas. Ha llovido bien poco este año y no sé qué tal se dará la temporada. El campo se duerme, la vida se detiene durante los próximos meses. Caen las hojas y desaparecen las flores. Tiempo de setas. Habrá que sanear los frutales. El próximo fin de semana tendremos que recoger los higos antes de que se acaben malogrando. Me acerco a la caseta de la puerta azul en medio de la nada. Los herrajes de hierro viejo en la puerta recuerdan la entrada a la cueva de Aladino. A un lado el Negredo, al otro el páramo, en medio el río y su vega. El terreno calizo y el cascajo son buenos para las viñas, capaces de hundir sus raíces hasta lo más profundo de la tierra. Siempre me he preguntado de dónde sacarán esa fuerza que explota en primavera tras soportar el riguroso clima de estas tierras, veranos de infierno e inviernos bajo cero. Un misterio de la naturaleza. El tesoro de Aladino permanece oculto bajo la tierra, su entrada se realiza a través esa puerta azul con herrajes una vez susurras las palabras mágicas. Crecen los cardos, lo único que prospera en esta época.

Reflexiono sobre la evolución de un cuadro, de nuestro cuadro. El proceso comienza desde el preciso momento en que te pones a pensar la imagen. Luego hay que encontrar la mejor ubicación, buscar la luz adecuada y ponerse a trabajar. Parece sencillo pero no debe ser nada fácil. En este caso la ubicación es la ribera, está claro, no podíamos elegir otro sitio más adecuado y más representativo (salvo el silo-faro de la estación). La mejor hora el amanecer; en ese momento la luz de la mañana y los rayos del sol se reflejan contra las piedras del puente. A continuación el difícil trabajo de fijar la emoción en los ojos del puente, buscando un primer plano que no desmerezca y que rellene la imagen sin quitar protagonismo al resto del cuadro, el reflejo sobre el agua, la sombra de las ovejas, el detalle de las hojas secas enmarcando la vista… Una pincelada tras otra hasta conseguir el color, la luz y el brillo adecuado. Primero las manchas, los colores y la estructura, luego la luz y el trabajo fino, ese que denota la verdadera maestría y califica a un artista como tal.

2 comentarios:

Juana dijo...

Es una alegría volver a disfrutar de la magia de tus palabras y de la mirada con la que dibujas el mundo desde tus escritos y tus fotografías. Adelante, amigo.

jgbarber dijo...

Gracias, después de un prolongado descanso, retomo las fotos y los escritos. Besos,