
En un tiempo todo esto formaba parte del sanatorio antituberculoso construido por presos después de la guerra. Posteriormente el sanatorio fue transformado en colonia de vacaciones, manteniendo el nombre de “General Varela”, donde venían chavales de todos los puntos de nuestra geografía. Ahora, apenas queda algo más que las ruinas, escombros y maleza, después de haber sido expoliado todo aquello con algún valor material: maderas y puertas, cables y chatarra, sanitarios, incluso los marcos de las ventanas y las butacas del cine, los ladrillos o azulejos…
Se mantiene intacto, por el momento, el valor sentimental, así como el esqueleto de la piscina. Se adivinan estructuras que en los momentos de esplendor corresponderían a espléndidos salones de baile, con sus columnas y ventanales, o incluso el cinematógrafo, con sus taquillas, del que no permanece más que el esbozo del antiguo patio de butacas.
Es verdad que siempre me llamaron la atención las ruinas. En este caso, a pesar de no haber conocido “la Colonia” en sus mejores momentos, la emoción y la tristeza embargan los sentimientos.
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