La Lagunilla. Correteando por la Pedriza en un día hermoso y gris. Piedras y más piedras, desniveles y cortados, el cielo sombrío y algunos restos de nieve blanda que complican el paso. La joya de la Lagunilla aparece de repente, oculta y reservada, en un paraje privilegiado. Es como un oasis de tranquilidad entre tantas piedras y pedruscos.
Parece que en estas circunstancias no está la fiesta para muchas bromas; el aperitivo o la merienda verdaderamente imposibles pero al final, a pesar de todo, acaba saliendo el sol (de nuevo las imágenes de las nevadas de las pasadas vacaciones navideñas en Picos). Sí que lo tendrán un poco más complicado las macetas de la izquierda, completamente cubiertas de nieve…
Una nota de color en el fondo blanco de la ladera nevada, una sombra alargada, un esfuerzo de supervivencia. Aguantar para resurgir, como todo en la vida. Me gustó el detalle y el momento.
Reflejos sobre el Carrión, una agradable sensación de calma y tranquilidad que recuerda el fin de semana. El agua, un elemento relajante de primer orden.
Es verdad que está llegando… ya me lo dice el membrillero del Japón que crece en el balcón. Es que algunos días llego tan cansado que casi ni me salen las palabras.
La casa de adobe en medio del campo, paja y barro, tejas, madera y algún ladrillo, una manera tradicional de construir en Castilla. La techumbre empieza a caer y eso marca irremediablemente el comienzo del fin; en poco tiempo no quedará más que un amasijo de ruinas en medio de la nada, últimos vestigios de lo que antaño rebosaba de vida y esplendor pues lo que pertenece a la naturaleza vuelve siempre a la naturaleza.
Esclusa sobre el Pisuerga muy cerca de Astudillo, en el límite entre las provincias de Burgos y Palencia. Una mañana soleada, fría, con colores invernales. El cauce se desvía por aprovechar la energía en la pequeña fábrica de luz, una fábrica de juguete, que libera enseguida al agua retenida. El río, bajo el hermoso puente de piedra, sigue su camino hacia Cordovilla y Torquemada.
El Nevandi a su paso por Espinama desde las praderas de Áliva y los Invernales de Igüedri. El pequeño puente se encuentra en medio del pueblo y el río, veloz en este tramo, enseguida se incorpora al Deva, hilo conductor de todas las aguas que vierten al valle de la Liébana. Siempre es posible encontrar hermosos rincones que llaman la atención, hay que estar atento y prestar un poquito de atención.
Agua lenta y agua rápida, musgo, hojas muertas, seda y piedras; se trata del río Cantiján en sus primeros momentos, poco después de su nacimiento y antes de unirse al Deva entre Pido y Espinama. Es cierto que los ríos son como la vida, un discurrir complejo a través de un cauce repleto de peligros y dificultades; también es cierto el destino final, como ya explicaba Jorge Manrique a propósito de la muerte de su padre. Pero en estos momentos, cuando el arroyo todavía presenta un amplio recorrido hasta su fin, las aguas saltarinas juguetean en las pozas y acarician los pies de las hayas, ya conocemos su especial querencia por la humedad. El musgo verde recubre las piedras acariciadas por los tímidos rayos del sol, tras atravesar la densa capa de vegetación que protege al joven y descarado riachuelo. En todo momento una ardilla curiosa vigila nuestros movimientos desde las ramas desnudas de los árboles más altos. Una verdadera delicia…
Quizá sean los bosques de hayas los más bonitos que existan; en estos momentos da un poco de pena verlos tan desnudos, agazapados en la cabecera de arroyos cantarines, cubiertos por el manto invernal de la nieve. En este caso se trata de la cabecera del Cantiján, que se unirá al Deva para rodear la mole de los picos de Europa por el sur este, escapando hacia el mar por el desfiladero de la Hermida. El resurgir primaveral de nuestros bosques del norte promete ser esplendoroso.
De nuevo las montañas blancas del fin de semana, una capa de nata y algodón que resalta en el cielo azul. En primer plano la barrera que separa las tierras cántabras de las del reino de León, aunque en las montañas las fronteras no tienen mucho sentido…
Puertos del Salvorón. Finde espectacular en los puertos del Salvorón, en Picos de Europa (Espinama, Pido, Fuente Dé…). El tiempo magnífico y la nieve espléndida, de manera que nos permite disfrutar de una jornada luminosa y soleada.
Árboles, cielo azul y un camino estrecho junto al río. Cae la tarde y los colores aparecen poco a poco, como si surgieran de la paleta de un pintor. Al fondo del horizonte las montañas azules, difuminadas por el interés del primer plano con los árboles que bordean el sendero y lo escoltan hasta lo más profundo de la imagen. Entre Palencia y Burgos, en el corazón de Castilla.
Reflejos en blanco y negro, pinos nevados, curioso contraste entre la pequeña calita, que en estos momentos en absoluto invita al baño, y el espejo oscuro que forma la superficie del agua. Un espacio mate y helado separa el líquido elemento de la sólida tierra. Imágenes difuminadas producidas por la combinación de la luz del sol y la tranquilidad de las aguas. Cierro los ojos, imagino la misma escena en verano, con el cielo azul y los pinos verdes. Me invade una enorme sensación de calma y tranquilidad, el poder de sentir las emociones a flor de piel.
Mediodía asturiano; el sol hace resaltar las sombras sobre la nieve y las nubes blancas destacan en un cielo nítido e intensamente azul como si las hubieran pintado. Calma tras la tormenta (una postal por recordar las pasadas vacaciones). Por aquí hace algunos días que no vemos el sol. 
Una ciudad entre montañas, donde las torres llegan al cielo... Aves al acecho (cigüeñas, gaviotas y urracas). El año del petirrojo, nunca antes se había visto tanto por aquí, quizá las duras condiciones invernales le obligan a emigrar más al sur. Letras y poesía, la fotografía como excusa, postal japonesa entre los azules del Guadarrama. Nieve en las montañas, hielo blanco, flores secas doradas por el sol.
Cuatro grados bajo cero. Un par de horas paseando por las inmediaciones del pantano de Puente Alta (Revenga, Segovia), con el campo nevado, el cielo blanco y los árboles cubiertos de nieve. En un momento sale el sol y aparecen los azules y los reflejos sobre la superficie del agua… Tres jabalíes corren sobre la nieve, bajando como tiros por una vaguada helada.
Llueve pero las gotas se quedan flotando sobre hojas y flores del ciclamen, también sobre el manillar de la bicicleta, un juego de grises donde resalta el fucsia y el verde atigrado de las hojas. Alegría al comenzar un nuevo fin de semana (que no podrá ser peor que el pasado donde el frío, el agua y la nieve hicieron acto de presencia). Tampoco las previsiones son muy buenas pero seguro que algo se podrá hacer.
El Canal de Castilla a su paso por la localidad palentina de Frómista. Una gran balsa donde el agua se remansa antes de atravesar las enormes esclusas de piedra que permiten salvar el escaso desnivel existente en la vasta llanura castellana; desde aquí el Canal continúa hacia el sur, camino de El Serrón, donde se bifurca en el ramal de Campos, en dirección a Medina de Rioseco, y el ramal del Sur, que se dirige a Palencia y Valladolid. Reflejos rosados a la caída de la tarde en este mar de Castilla (un día soleado del pasado mes de enero, tras una copiosa nevada de la que apenas se aprecian algunas manchas blancas).
Según vamos ascendiendo, la nieve hace acto de presencia, aparece todo tan blanco e inmaculado que hasta da cierto apuro pisar el suelo del bosque por donde abrimos huella. Ningún rastro humano o animal, ningún signo de vida o de que alguien haya transitado por aquí. El sol lucha en el cielo gris contra las nubes y la niebla hasta que un rayo de sol, más bien un claro en la fría mañana, ilumina la escena que así quedará inmortalizada en toda su belleza.
El ocre y el verde son los colores del otoño, aunque en este momento nos encontremos en pleno invierno. La montaña, dependiendo de la altura, tiene sus propias estaciones. Misterios de la naturaleza. Podemos encontrar zonas más protegidas y con una mejor orientación y otras venteadas y expuestas, donde sopla el norte sin piedad. El musgo verde sobre la valla de piedra proporciona un toque mágico y misterioso, con los árboles y los troncos a modo de barrera para el ganado. Algunas hojitas cubren el suelo en el bosque más amable. Sigue nevando lentamente…
Invierno en el bosque, ocres y blancos con el verde de los pinos y los arroyos cantarines que surgen por doquier, alegrando el paseo matutino (el inicio de la mañana del sábado porque el domingo no tuvo nada que ver con esta historia). En un principio la nieve hace un acto de presencia meramente testimonial; apenas tiñe las escobas y las copas más altas de los pinos, pero según se va cogiendo altura, comienza a invadir todo el espacio, protagonista principal de la jornada (de los apenas mil doscientos metros de Cercedilla a los casi dos mil de la Peñota hay algo más que una sutil diferencia). Sin embargo a mi me gusta la parte viva de los bosques, con los troncos recién cortados y el olor a madera, a musgo y moho, con los helechos en descomposición, los caballos y las vacas…
El Elefantito es una de las mejores esculturas naturales de toda la Pedriza, piedras y jaras cubiertas de nieve. Silencio y calma en medio de un paisaje blanco y solitario, un jardín particular. Las adversas condiciones meteorológicas permiten disfrutar de este marco privilegiado bajo una intensa nevada, que no ha parado en ningún momento a lo largo de toda la mañana. Sopas de ajo y escalope con patatas en “Casa Julián”, por recuperar el cuerpo una vez reconfortado el espíritu.
