Cae la tarde, el sol va perdiendo fuerza tras un día luminoso y brillante. Avanza inexorable la primavera. El campo se encuentra en su mejor momento, toda la fuerza y la intensidad de la naturaleza se manifiesta en este preciso instante. Vegas y páramos. La magia de la floración de la
encina, un árbol tan sobrio como discreto, constituye la verdadera esencia de
esta tierra recia y sufrida. Indefectiblemente me viene a la memoria el magnífico
librito de Muñoz Rojas titulado "Cosas del campo". Me acerco a las
ruinas del Sanatorio, al otro lado de la carretera general (La Colonia que dicen
los más jóvenes, el Sanatorio que señalan los veteranos). El antiguo Sanatorio
Antituberculoso constituye un conjunto de edificios arruinados, situado en la
ladera del monte de encinas que nos protege de los aires del norte. Muchos
militares reposan en el pequeño cementerio de Villa Odoth; claro, el sanatorio
fue construido por presos de guerra y la tuberculosis en aquellos años tenía
una mortalidad muy elevada (aún no se habían descubierto los antibióticos y los
tratamientos eran bastante poco efectivos). Un sueño la penicilina, ni idea de
la isoniacida ni la rifampicina, caballos de batalla en esta desigual lucha del
hombre contra la enfermedad.
977 - Los caracoles de Fibonacci
Hace 1 año
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