domingo, 1 de noviembre de 2015

Vailima, "la casa de los ginkgos"



Encuentro un precioso título para una posible novela: “Vailima, la casa de los ginkgos”. Vailima, mi refugio en el barrio de la Estación, una agradable realidad gracias a los tres ginkgos que crecen en la parcela incluso antes de urbanizar el jardín. De esto hace ya casi cuatro años, poco antes de que Bea se pusiera mala. Se nota que los ginkgos van lentos, no son de aquí y les cuesta adaptarse; sin embargo se trata de una especie muy resistente distribuida ampliamente por el mundo, especialmente en el continente asiático donde son muy frecuentes en India, China y Japón. Un fósil viviente que no sufre ni plagas ni enfermedades, como se puede leer en los manuales, y un árbol de fuerte poder simbólico que a mí me recuerda a los tejos de las ermitas y a los jardines de los santuarios budistas. ¿Esto qué fruta da?, me preguntan en el pueblo. Yo no sé muy bien cómo explicar que estos árboles no dan ninguna fruta y que únicamente los he plantado por el sentimiento de calma que transmiten y por el precioso color de sus hojas en otoño. Las avenidas en Sapporo aparecen cuajadas de enormes ginkgos donde se posan los cuervos de la montaña buscando su diario sustento. En Vailima los únicos ginkgos que se pueden encontrar son los de mi casa tras criarlos en maceta durante años. Cuando ya no podían seguir más en el balcón, hubo que plantarlos en tierra y ahora crecen silenciosos como en los jardines de los monasterios. Se nota que no es su medio, les está costando adaptarse.

Vailima es un vergel, cada piedra marca un hito, cada árbol esconde una historia... Mi refugio en Vailima guarda secretos y momentos escogidos. También posee una rica vida vegetal que intento compartir. Estoy absolutamente convencido de que los árboles tienen vida propia y de que poseen sentimientos y sensaciones como los seres humanos. Cierto que no son tan ilustrados ni pueden caminar pero son capaces de extender sus tentáculos para llegar allí donde deseen. Los árboles suelen tener muchas propiedades beneficiosas. Son pacientes y tranquilos, al mismo tiempo que transmiten una enorme sabiduría. Yo suelo hablar con mis árboles muy despacio, casi susurrando. Ellos me contestan a su manera, no hay más que poner un poco de atención y saber escuchar. Tienen mucha vida y son muy cotillas; después de todo el día a la intemperie se acaban enterando de cualquier circunstancia que ocurra a su alrededor. Saben de meteorología, por la cuenta que les tiene, de geología, y de muchas otras cosas, entienden de agua y de sales minerales pero también de historia y del paso del tiempo. Un poco filósofos y otro poco pastores, sobre todo saben escuchar y guardar los más íntimos secretos. Conocen el canto de cada pájaro y entienden de poesía. ¿Qué más se les puede pedir? En invierno se ponen tristes, pierden las hojas y se adormilan hasta mejores momentos. Da gusto cuando despiertan, con la alegría bulliciosa de sus flores y sus hojas nuevas, al recibir los primeros rayos del sol. En el pueblo piensan que estoy loco, yo no les llevo la contraria y les dejo imaginar.

Árboles y piedras del páramo rodean al olivo. Este año, después de tratar el arbolito con un preparado de cobre para erradicar al hongo del repilo que le atacó la pasada primavera, ha echado algunas olivas. El frío y la humedad no le van nada bien. No es Vailima tierra de olivos, tampoco de ginkgos. Voy entendiendo por qué me consideran el raro del pueblo pero disfruto mucho con mis tres encinas y con mis tres ginkgos. Un jardín con árboles y una huerta de frutales donde crecen tres higueras pequeñas y tres membrilleros. En Vailima los membrillos son pequeños, olorosos y redondeados como manzanas medianas, a diferencia de las membrillas, que tienen el fruto más grande y jugoso. El membrillero más grande es una membrilla que proviene del vivero de Husillos; sus frutos son como peras gigantes aunque su aroma es mucho menos intenso que los membrillos normales. Los dos pequeños escaparon de la finca de Agustín saltando la valla de piedra para instalarse y crecer salvajes en la acera de tierra donde se adaptaron muy bien (los dos guindos también tienen el mismo origen). Cuando me avisó José Luis que crecían huérfanos en una acera asilvestrada, me los traje a casa donde se han adaptado muy bien y han ido prosperando con el agua y con el sol. En Vailima aconsejan mezclar dos partes de membrilla con una de membrillo para hacer el famoso dulce de membrillo. También procede de la finca del difunto Agustín el ciruelo Claudio que me regaló Adolfo cuando limpió la parcela invadida de maleza que tapaba su casa. Al pobre Claudio aún le falta un invierno, lo pasó mal con el trasplante. Paseo por mi jardín como si paseara por un claustro. Ya tengo mis caminos que rodean toda la parcela; desde los frambuesos al pozo, continúo por la tapia de las parras hasta el nogal y por el lateral más sombrío acabo en el jardín de la encina.

Prosperan las encinas sin apenas agua, justo al borde del páramo seco y pedregoso, mientras nuestro pequeño olivo se va adaptando poco a poco a sus nuevas circunstancias. No es de esos olivos viejos de verdad con su tronco arrugado y tormentoso. Costaban mucho y eran demasiado grandes. El nuestro tiene el prudente tamaño de una persona pequeña con los brazos estirados. En el caso de la encina grande o el nogal de Julianín, sí se encuentran en su medio y prosperan sin dificultad. Se trata de una genuina encina de Husillos (Quercus ilex) que compramos al mismo tiempo que el olivo. El páramo del Cerrato, excelsa combinación de piedra y aire. Pacopús me dice que la encina no es como las de aquí, se la ve que pertenece a otra familia. Es más alta y espigada y si la miras despacio te das cuenta de que no tiene las hojas picudas sino que son más bien como las hojas de laurel. Pequeñas bellotas alegran sus ramas. Hay muchas razas de encinas dice muy serio Miguel, el vecino de la esquina, quien me explica que le gustan mucho estos árboles porque se mantienen verdes a lo largo de todo el año. La otra encina, más pequeña, tiene otro porte y otras hojas. Es verdad que estaba un poco dejada pero con el agua y el sol ha mejorado mucho. La he ido adecentando pues tenía mucha maleza en la base, se conoce que llevaba tiempo en el contenedor y sus ramas crecían desde abajo buscando la luz. Ahora tiene un aspecto mucho más presentable.

La pasada primavera Pacopús me regaló un jerbo gemelo del que puso en su jardín, el Sorbus domestica de toda la vida (un tipo de serbal que no es ni el mostajo ni el serbal de los cazadores). Le está costando un poco, el sol castiga duro en verano y aún no ha tiempo para desarrollar sus raíces. Yo espero un buen empujón para la próxima primavera. Aún desconozco si se trata de la variedad maliforme o de la piriforme, habrá que esperar unos años para descubrirlo (su fruto, las jerbas, pueden tener forma de pequeñas peras o de pequeñas manzanas según la variedad). Pasa lo mismo con los ginkgos, tienen pies diferentes y hasta que no se desarrollan no se sabe si son machos o hembras. Por el momento no tengo ninguna prisa. En Francia el serbal de los cazadores es en realidad serbal de los pájaros o de los pajareros (sorbier des oiseaux, sorbier des oiseleurs), como nuestro querido San Frutos. San Frutos Pajarero, cuya festividad se celebra el 25 de octubre, es el patrón de la ciudad de Segovia como todo el mundo sabe.

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